martes, 9 de diciembre de 2014

Si se “saca 20”, se garantiza una mejor educación

Es lamentable que no se quiera aceptar ni entender que mientras las escuelas, por referir a la comunidad educativa que la integra, no sean el reflejo del ejercicio humano de su propia inteligencia, conocimientos y potencial, no habrá “exámenes”, sea de profesores o directores, que vayan a mejorar el desmerecido y bajo nivel de la educación.

“Quienes educan” y “quienes acompañan a educar”, tienen que haber sido “bien educados”, pero en aquel sentido donde se es persona educada porque es capaz de desbordase en “ejemplos de vida”. No desligo la especialidad sobre temas definidos. No refiero culpa ni acusación en contra del “alma mater” de la cual se provenga. Tampoco, elogio alguno. Lo que veo y sigo comprobando es que las escuelas requieren “maestros” más que “títulos” y “maestrías”. Y, sobre los maestros, a líderes con capacidad, respaldo y libertad para crear y promover “educación” de las comunidades educativas a su cargo.

Separadamente de la especialidad, y en un ejemplo concreto, es una vergüenza, así como toda una contradicción, que profesores y directores convivan, tal posible consentimiento o total desatención, dentro de una deplorable infraestructura, maltratado mobiliario y brusca relación humana, que sólo es el reflejo de ese desmerecido y bajo nivel de educación; y, por encima de ello, se apueste por una prueba escrita que ignora y los aleja cada vez más de esa nefasta e increíble realidad que los obliga a seguir conviviendo y creyendo invidentemente que la educación se encamina a su mejoría. Sucede cual refrán: “Dios le da barba a quien no tiene quijada”.

Voy a insistir en este tema porque cuánto de criticable tiene la imagen de un profesor o director dentro de una descuidada aula, sentado sobre una sucia y casi rota silla y apoyado sobre una pintarrajeada mesa o carpeta sobre la cual hay una prueba escrita sobre calidad educativa.

He podido ver como el Estado enumera una serie extensa de requisitos, entre éstos el cartón de una “maestría”, para quienes quieren educar. He visto como un centenar de profesores fotocopian y fedatean esas copias para completar esa extensa enumeración de requisitos. He visto que quienes completaron y entregaron a tiempo toda esa extensa enumeración de requisitos pudo alcanzar una vacante. He visto que hay quienes reciben “ayudita”, aún no lleguen a completar o presentar esa extensa enumeración de requisitos. He visto y todos ven que la educación no mejora, ni siquiera por una “maestría”.

                                                                                                Edgar Andrés Cuya Morales
                                                                                                          Pedagogo    


martes, 18 de noviembre de 2014

Por Dios, que mentiroso!

- “¿Quién no ha mentido en su vida?” - Es lo que, por lo general, excusa el mentiroso cuando se siente acorralado por mentiroso.

Ya que soy hombre, quiero hablar del mentiroso porque no me corresponde hacerlo de una mujer; más aún, si hay cada mentiroso que ha desmentido otra de las teorías por la que se dice que el hombre es menos mentiroso.
   
Si un hombre te debe dinero, te contará todas las “historias” posibles para decirte que te pagará mañana o lo más pronto posible. La probabilidad que te pague es nula. Pero si te pagó, nunca más negocies o prestes al mismo porque tú mismo te estarías mintiendo que te volverá a pagar.

Si un hombre tiene que cumplirte con un trabajo, te contará todas las “historias” posibles para decirte que te cumplirá mañana o lo más pronto posible. La probabilidad que te cumpla es nula. Pero si te cumplió, nunca más encargues un trabajo al mismo, ya que por tú culpa se haría más mentiroso.

Me he encontrado con cada caso, pudiendo decir que el mentiroso sí cambia, pero para hacerse más mentiroso. No sé si hay mentira blanca, gris y negra. Tampoco sé que si de acuerdo al color de la mentira se es menos mentiroso. Lo que sé es que si por la mentira se afecta a otros, se es mentiroso.

La convivencia familiar, social o laboral, no conlleva a la mentira sino al ejercicio del “derecho y obligación” u “obligación y derecho” o, como mejor se diga para entender que ni uno ni otro se sobrepone porque se validan tan igual, en su contenido y descripción, para regular la conducta o comportamiento del hombre. Entonces, podría decirse que actuar con reparo, respeto, cortesía y gentileza, frente a nuestros semejantes es educación, y no una mentira de color blanca. También, podría decirse que quien actúa, sin todo lo anterior, no es que deba considerársele como suelen autodenominarse personas “sin pelos en la lengua”, “directas”, “no hipócritas” o “no mentirosas”, sino bastante atrevidas en su ejercicio unilateral sólo del derecho.

Nuevamente, no creo haya colores para la mentira. Lo que va con la educación en pos de una convivencia armoniosa no es mentira. Habría que meditar o auto analizarse para descubrir que tanto me afecta o afecto a otros cuando miento, partiendo de ahí podríamos decir si somos mentirosos. Pero, si no pudieras meditar o autoanalizarte, no te esfuerces porque eres tan mentiroso que tú mismo estás llegando a creerte tus mentiras.          


                                                                                           Edgar Andrés Cuya Morales
                                                                                                         Pedagogo

                                                                                   www.elsegundohogar.blogspot.com/

lunes, 17 de noviembre de 2014

¡Si no hay solución… a la huelga!

La huelga es un derecho laboral. Pero, vista desde las distintas condiciones o modalidades “legales” de contratación, las cuales son “bien aprovechadas” por lo empleadores, resulta que tal afirmación no aplica de modo general o simple a la gran masa de trabajadores. Es más, quienes pueden hacer ejercicio de tal derecho, corren el riesgo de declarársele “ilegal” así hayan atendido las exigencias y observaciones que la ley laboral les demanda.

Recientemente, en la 18° Reunión Regional Americana de la Organización Internacional del Trabajo – OIT, celebrada en este país, el gobierno de turno no hizo más que hacer creer a los observadores y visitantes extranjeros que por acá, en el tema laboral, “todo anda bien” y “todo es progreso”. En el colmo, que por acá hay “trabajo para todos” y “todos están absolutamente protegidos en sus derechos laborales”. Pero, ¿cuánto de permisibilidad o, mejor dicho, “traición” a nuestra propia lucha tenemos si ocurrió que días antes de dicha reunión, cual poder mágico, quienes venían en huelga desaparecieron de las calles, y los medios noticiosos hicieron mutis inmediato?

No todo, pero bastante se ha logrado cuando las masas han decidido firmemente “ponerse de pie”, ya sea para terminar con el desastre a causa de otros o, para alcanzar un beneficioso fin o derecho colectivo. De aquí, podría decirse, nace el derecho laboral de “parar” para quienes deciden hacerse oír frente a la selectiva o repentina sordera de algunos empleadores. Sin embargo, es tanta la masa de trabajadores incluidos en diversas modalidades de contratación que la huelga o el “parar” no se le está permitido.

A quienes no se les está permitida la huelga o el “parar”, no le queda mayor opción que “aguantarse” o “salir por la puerta”. Esta última, permanentemente “abierta” como suelen recordarles algunos empleadores a sus trabajadores. Entonces, ¿cuál es la protección de la que se ufana el Estado frente a los derechos del trabajador?

A quienes se les está permitida la huelga o “el parar”, no le queda mayor y única opción que “mantenerse firmes y unidos en su causa”, pero sin violencia y con disposición permanente a dialogar por un acuerdo entre las partes, donde no haya vencedores ni vencidos, sino el más justo derecho y, a la vez, obligación en lo que competa a cada quien; entonces, se acabaría con tanta amenaza de “despido” o “descuentos”, tanto acuerdo que no se cumple o, sin negar que ocurre, llevar todo al reclamo con una inmediata huelga. Pero, si el propio Estado es quien desampara: “¡si no hay solución… a la huelga!”.


                                                                           Edgar Andrés Cuya Morales
                                                                                     Pedagogo

                                                                       

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Noviembre, y ya es Navidad

La semana tiene 7 días. El día sigue teniendo 24 horas, y la hora no ha dejado de tener 60 minutos. Sin embargo, desde cualquier punto de comparación, al traer el tiempo pasado al presente, parece que ahora transcurriera velozmente, al punto que nadie puede negar que los minutos, horas, días, semanas, meses y años… “pasan volando”. Pero, aún así, y no por ello, es Noviembre, y ya es Navidad.

Ni bien el calendario marcó el inicio de Noviembre, empezó esa presión psicosocial por la que los peruanos de a pie, el pueblo, hemos mal entendido que mientras más grande sea el pavo, mejor marca sea el panetón y más ostentoso sea el regalo, mejor es la navidad. Consecuentemente, se ha distorsionado su real significado; distanciándonos de todo cuanto nos sensibiliza, solidariza o hace buenos y mejores seres humanos. Entonces, ¿quién o cuál es el propósito de adelantarnos el “espíritu navideño”, ahora, desde noviembre?

Quisiera volver a creer que la navidad nos sensibiliza, une o nos hace buenos y mejores seres humanos, pero ocurre todo lo contario porque cada año se describe un aumento de personas y familias en condición laboral, económica y social que sufre del egoísmo y maltrato de otros.

La navidad, cual debiera despertar sensatos y elogiables pensamientos, deseos y acciones de humanidad, acentúa la condición de los que menos o, simplemente, no tienen con qué celebrarla. Sobre el mismo, no me contradigo porque las fiestas han de celebrarse, y que mejor si se cuenta con recursos porque se sufre tener que sumirse en la miseria, y se peca cuando se ostenta, más si el ostentoso hace gala con lo que quita o priva a otros.

No estoy de acuerdo con quienes esperan “sentados”, “acostados” o de “brazos cruzados” que las cosas le caigan del cielo, pero la falta de oportunidades y esa degenerada forma de “sobresalir” de muchos, lo que hace es desemplear y abusar de más peruanos. Y, en ocasión de las próximas fiestas navideñas,  dejándolos, tal vez, con el “espíritu navideño”, pero sin los recursos para el derecho a celebrarla.

¿Cuándo empezaremos a cambiar, pero para bien?, ¿cuándo se verá en oportunidades o, tangiblemente, en el bolsillo de los peruanos de a pie, el pueblo, lo que se dice sobre el crecimiento económico de este país? Los años pasan volando. Los que éramos jóvenes, como los años pasan volando, ya no lo somos. Los que eran adultos, así como pasan los años, ya no lo son. A cualquier edad, todos esperamos que las cosas cambien para bien, a fin se frene con tanta degeneración del pensamiento, deseo, acto o conducta humana.

Si de la navidad se trata, todos tenemos derecho a celebrarla.   

                                                                                        Edgar Andrés Cuya Morales
                                                                                                    Pedagogo

                                                                               www.elsegundohogar.blogspot.com/

jueves, 16 de octubre de 2014

¡Bien negra!, ¡tú puedes negra!


Mírate al espejo. Ahora dime, ¿tienes la piel blanca?, ¿tu cabello es rubio o, mínimamente, de color castaño claro? y ¿tu figura corporal es genéticamente la de un súper hombre o súper mujer? Si respondiste “sí” a todo, entonces sólo tendrías que mirar tu DNI y decirme si uno de tus apellidos es de origen “extranjero” porque de lo contrario ni sueñes con ser parte de uno de los programas de “competencias” de la televisión nacional.

Quisiera decirle “cuatro verdades” a un par de conductores. Una de éstas, que “se callen la boca” porque si se proclaman no ser racistas, vaya que hacen hasta lo imposible para no creerles. ¡Bien negra!, ¡tú puedes negra! o ¡dale negra!, lo parlotean con tal énfasis en la entonación y volumen que el sentido de lo dicho no puede interpretarse como de simple aliento o motivación a la competidora; ésta es otra verdad. Una más, si a todos los que no son de raza negra los llaman por su nombre o un favorecido sobrenombre, por qué a la única competidora con ascendencia de esta raza la tienen que diferenciar de los demás al gritarle “negra”. Si no se los han hecho saber, recuerden que la oportunidad los ha hecho conductores; por tanto, sus voces no están hechas para la locución en público, y tampoco hacen lo posible para que lo que digan se oiga agradable o saleroso. La cuarta verdad sería que, con intención o no de solapar una discriminación, se sirvan callar la boca o busquen inteligente o creativamente otro modo de alentarla o motivarla.

En los avisos de oportunidades laborales prohibieron el uso del término “buena presencia” por referir éste discriminación. Tal vez o seguramente, algunas empresas no lo publiquen y sigan pretendiendo que sus aspirantes reúnan dicha condición, pero eso tendría que probarse por quien pueda verse afectado. Lo cierto, es que se puso inmediata atención a un acto de discriminación. Del mismo modo, habría que ponerle inmediata atención a dicho programa para evitar, por lo menos, tal desafinación que estalla sonoramente más a un acto discriminatorio que a un aliento, motivación o muestra de valoración a la única persona que es distinta a los demás.

El Perú es un país de diversidad racial y cultural. Dice un dicho “el que no tiene de inga tiene de mandinga”. Constitucionalmente no hay diferencia de raza. Entonces, en referencia a ese programa, correspondería que antes de “negrear” o “cholear” llamen por su nombre a todos sus competidores por igual. O, si se tratara de denotar familiaridad con alguno de ellos, que practiquen vocalización, volumen y entonación porque, aquí o más allá de nuestro espacio territorial, suenan a racistas.          



                                                                                                Edgar Andrés Cuya Morales
                                                                                                             Pedagogo                   

                                                                                 elsegundohogar.blogspot.com

Y, ahora… ¿por qué el mutismo?



Después del “flash” electoral del pasado 05 de Octubre, quienes no ganaron han hecho mutis absoluto. Puede decirse, metafóricamente, que desarmaron la carpa, guardaron sus cosas, apagaron la leña y desaparecieron en lontananza.  En esa metáfora, habría que preguntar cuántos se han ido sin dejar limpio el espacio donde acamparon.
Tras los resultados de los comicios, algunos han sido reelectos. Otros, volverán al cargo. Y, una buena mayoría asumirá por primera vez la alcaldía o presidencia regional; aunque, sobre esta última, y no sé si en todas las regiones, habrá segunda vuelta. Igualmente, cualquiera sea el caso, lo que intento referir es “a que la oportunidad está dada”, y por la misma se sabrá quién es quién. Entonces, a partir del 01 de Enero del 2015, sabremos si corresponde lamentarnos o reír de felicidad.
De tantas posibles razones, citaría dos para explicar la reelección. La primera, porque definitivamente “lo está haciendo bien”. La segunda, porque no “lo hace tan bien, pero atemoriza que otro “lo haga mal”. Para dar posibles razones de quienes vuelven al cargo, citó dos. La primera, porque, bajo la comparación con quien ejerce el cargo actual, “lo hizo mejor”. La segunda, porque “lo volverá a hacer bien, mejor y, a la vez, corregirá lo que no pudo hacer bien”. En cuanto a quienes serán nuevos en el cargo, habría una sola razón: “se le requiere el cambio”.
Volviendo al mutis de quienes se postularon y perdieron, ese mutismo puede interpretarse de mil formas. Así, bien pueden merecer la crítica de “aparecer” sólo por la oportunidad para, tal vez, confundir al electorado y desmenuzar  el entero de votos de los candidatos con mayor aceptación o simpatía de los electores. Como también, pueden merecer el elogio al “lanzarse” en una contienda electoral a razón del impulso de un deber ciudadano. Sobre si hay razón para merecerles la crítica o el elogio el tiempo lo dirá porque una elección no se gana con panfletos, ruidos y fotos del momento, sino con una presencia permanente de trabajo al servicio de su comunidad. Esperemos a ver qué pasa; ya que, hasta el momento, hay mutis absoluto de quienes perdieron las elecciones.
                                                                                                                                                                                             
                                                                                               Edgar Andrés Cuya Morales
                                                                                                             Pedagogo                   

                                                                                 elsegundohogar.blogspot.com

miércoles, 15 de octubre de 2014

En la escuela, ¿todo es culpa del Director?


Hoy, como todas las mañanas y durante todo el día, los noticieros nos abarrotaron de tragedias y denuncias que, a razón de una posible regresión a la incivilidad, nos embisten y desmerecen como sociedad educada o educadora.

De tantas, una denuncia estuvo referida a lo ocurrido en una escuela del Callao. El noticiero, sin reparar en la repercusión, no sólo al titularla “Balacera en una escuela del Callao”, sino por su “unilateral apoyo” a una de las partes involucradas, se ciñó a enfocar y dar el uso de la palabra a quienes, como la mayoría, y lejos de analizar los hechos, ejercen equivocadamente el derecho, y acusan y amenazan públicamente a quien se le ponga enfrente. Y, sostengo lo del unilateral apoyo en el hecho de la actitud increpante que tuvo la conductora del noticiero en su afán de demandar las explicaciones del Director de la escuela sobre el caso. Acto seguido, se expresó literalmente: “al mediodía dará la cara”.

Según la noticia, un alumno salió herido de bala en el pie a consecuencia de la manipulación de un arma de fuego que otro había llevado a la escuela. No niego que las consecuencias pudieran haber sido fatales. Tampoco, que la situación no debió ocurrir y que hechos como éstos motivan la inmediata zozobra de los propios alumnos y padres de familia. Pero, aún con el hecho encima, no habría por qué sentenciar o condenar al Director; ya que, el mismo debe estar sorprendido y pidiendo las explicaciones del caso. Y, como es lógico, también debe estar temeroso de enfrentar a una prensa venida de forma avasalladora e increpante a reclamar explicaciones.

El hecho es inaceptable. No debe ni debió ocurrir. Y, claro está, es preciso adoptar las respectivas medidas de prevención y sanción a quienes se hayan visto involucrados. Del mismo modo, promover la calma a los miembros de  la comunidad educativa. Así, como hacer del hecho una lección aprendida o por aprender.

Aislado de las excepciones, debe contemplarse que no hay Director o Docentes permisivos a hechos delictuosos. La vocación educadora es la principal barrera que repele todo acto contrario a la tarea educativa. Asimismo, no hay escuela que comúnmente requise maletines, mochilas o loncheras de su alumnado, porque ello no es educativo y está entendido que nada distinto a los materiales y alimentos se contienen en éstas. Sin embargo, anótese el hecho de que sólo el acto de requisarlas a motivo extremo de la incidencia del porte de los celulares, prohibidos en la escuela, causa el escándalo y rechazo inmediato de los padres de familia, quienes osan, no sólo en descalificar a la institución educativa y a sus miembros, sino que amenazan con denunciar el hecho a la UGEL, quien, muchas veces, no hace más que desamparar la medida adoptada en la institución.                        

Edúquese en civilidad a los alumnos. Reedúquese, en lo mismo, al adulto. Y, por favor, ¡basta de tanto desamparo a los docentes!      

                         
                                                                                        Edgar Andrés Cuya Morales
                                                                                                                    Pedagogo                   

                                                                                    elsegundohogar.blogspot.com      

martes, 14 de octubre de 2014

Palabras, palabras… y más palabras

A propósito de la 18° Reunión Regional Americana de la Organización Internacional del Trabajo – OIT, el Sr. Ollanta Humala se ha dado tal discurso que ese gran número de peruanos en situación de desempleo y los que desgastan sus esperanzas en reclamar sus derechos laborales en un proceso judicial, se están preguntando a qué “país maravilloso” hizo referencia. Sí, porque el desempleado sigue en situación de desempleado y el que se esperanzó en ampararse en la justicia para demandar sus derechos laborales, está a punto de ser uno más de los peruanos que no cree en la justicia, aparte de haberse quedado sin trabajo y entrar en la odisea de volver a buscar una oportunidad laboral.

En mis 15 segundos de ingenuidad, me pregunto por qué no se dice la verdad. Por qué no se dice lo que nos falta si se supone que dentro de los objetivos de estas reuniones no se deben a oír “lo bonito sobre el trabajo” que se está haciendo en el Perú, sin importar ni importarles a los oyentes cuánto de cierto y real tiene ese discurso. Para que se sepa, en cuestión de trabajo o empleo, el Perú es el país del “recurseo” o del “cachuelo”. Sí, es un país donde, por la escasa oportunidad de trabajo, los peruanos se la tienen que “buscar” de lo que sea, dignamente claro está, para sobrevivir. Y, si se nos solicitara que levantemos la mano para saber quiénes quisieran un empleo en un país extranjero, les aseguro que si tuviéramos más de dos manos, todas éstas las levantaríamos.

No dudo que haya deseo o buena intención por incentivar las oportunidades y mejorar las condiciones de trabajo, pero la mayoría de peruanos no sobrevive del deseo ni las buenas intenciones. Pocos son los que gozan de un empleo bien remunerado y con estabilidad laboral. Muchos son los que “hacen maravillas” para sostener su sobrevivencia personal y la de su familia con una remuneración que no compra ni la mitad de la canasta básica familiar.  Entonces, no puedo entender de qué inclusión social se habla. Oh, perdón, sí sé, somos más los peruanos incluidos en el desempleo, en los que menos ganan o a los que ni el Estado, a través de la justicia, es capaz de amparar al trabajador que demanda sus derechos.    

Sr. Ollanta Humala, sigo buscando en qué sector social se refleja su discurso porque la mayoría de peruanos está incluido socialmente en una de estas situaciones: quien pasó las cuatro décadas y está en situación de desempleado, debe recursear para subsistir. Quien es jubilado y está esperanzado en su derecho a la homologación de sus haberes, Dios le dé tiempo para gozar del incremento. Quien trabaja remunerado con el sueldo básico, tendrá que seguir extendiendo sus horas de esfuerzo físico o mental para buscar otro trabajo. Quien está desempleado, sigue repartiendo sus hojas de vida tal volanteo publicitario. Quien, como mi esposa, decidió amparar sus derechos laboral en la justicia, tiene que seguir no sé cuántos años más, de los siete años que lleva, sin que a su empleadora se la obligue a pagar.
                                                                                    
Nadie es ajeno a las recientes huelgas de los distintos sindicatos laborales. Por cierto, qué curioso y oportuno resultó el levantamiento de la huelga médica días antes de la  18° Reunión Regional Americana de la OIT.

                                                                                                                Edgar Andrés Cuya Morales
                                                                                                                               Pedagogo                   
                                                                                        elsegundohogar.blogspot.com              

   

“Amo y señor de las pistas”



Sin haber señalización que lo prohibiera, alguien con su auto dio vuelta en “u” en una avenida, y tomó otro rumbo. Habiendo señalización que lo prohibiera, ese mismo alguien, con su mismo auto, dio vuelta en “u” en otra avenida y, nuevamente, lo hizo para tomar otro rumbo.

Dentro de sus principios, la ley prescribe que toda persona puede hacer lo que ésta, propiamente, le permite o, no le prohíbe. Pero, a diario y, aseguro, cada momento, ocurre que muchos, quienes están al volante, trastocan dicho principio, a punto tal, que “no hacen lo que la ley les permite, sino lo que ésta les prohíbe”.

Así, podría definir a otra de nuestra realidad con la que hay que lidiar. Y, vista la desatención a la desnaturalización cívica de dichos conductores y, también, ciertos peatones, habrá que seguir soportando o ignorando a los “amos y señores de las pistas”. Aunque, sin mentir, ganas no me faltan de ponerlos en su lugar a manera de quien entrena a los animales feroces.

Alguna vez, a todos estos amos y señores de las pistas, se les enseñó en la escuela el sentido básico de las señales de tránsito. Y, tal vez, alguno hasta pudo dibujarlas en una cartulina o hacer una maqueta de su ciudad en la que incluía a las señales de tránsito. Habría que preguntarse si hicieron o no la tarea porque si la hicieron, entonces no la aprendieron.

De adultos, a todos estos amos y señores de las pistas, se los obligó a identificar las distintas señales de tránsito. Incluso, en la prueba de manejo, se los obligó a respetarlas. Pero, la realidad indica que el trámite para la obtención de la licencia de conducir no es ni tiene objeto educativo porque, a simple vista, se podría considerar una valla que sólo hay que saltarla sin importar si hubo lección aprendida o no. Imaginemos, entonces, qué nos queda esperar de quienes obtuvieron y/o estarán tramitando su licencia sin haber aprendido una lección,  aunado a lo que no aprendieron en la escuela

Sin exagerar, la ciudad está invadida por el desorden vehicular conllevado al caos. No cesan ni disminuyen los accidentes, choques o cualquiera de las otras desgracias que la pérdida de la cultura cívica en este aspecto las provoca. El colmo del caos no es uno, sino varios. En uno de los colmos, habría que decir que estos amos y señores de las pistas hacen lo que la ley le prohíbe, muchas veces, a vista y paciencia de la autoridad policial. En otro de éstos, infractor y afectado, son tratados con la misma vara severa de la ley, a pesar de haber prueba contundente para identificar quien es quien. Y, así podría seguir describiendo más colmos que nadie ignora porque es o ha sido víctima de tanta incivilidad.
                                                                           
                                                                                         Edgar Andrés Cuya Morales
                                                                                                                   Pedagogo                   
                                                                                 

domingo, 12 de octubre de 2014

“A mal entendedor, ¿cuántas palabras?”



Preocupa y agota el intelecto estar siendo incontable la cantidad de personas adultas a las que por más explicaciones “didácticas” que se les pueda dar sobre tema alguno, NO ENTIENDEN.

Está ocurriendo que uno de los factores de tanta insensatez e intransigencia es el “mal entendido” conocimiento del derecho ciudadano en el ejercicio de quienes,  conllevados por el mismo, no sólo fracturan el sentido elemental de la comunicación entre seres racionales, sino que la hacen suya para, unilateralmente, arrollar a otros con una desconcertante y excitada verborrea que puede resultar su propia condena.  Y, ni que decir de quienes, en retrospectiva a la civilidad, “toman la ley por sus propias manos”.     

El conocimiento sobre el derecho de la persona se aprende y se ejercita desde la escuela. El derecho jamás es unilateral porque quien lo pretende ejercer se obliga a reparar en quien es el otro involucrado en dicha interrelación y, así, en viceversa. Sin embargo, está ocurriendo que, en temas simples y cotidianos de interrelación humana, quienes se sienten en derecho no admiten diálogo y se ciegan en una obstinación capaz de cansar a quien buena y educadamente está haciéndola entender.

Traigo a colación un hecho real descrito en un edificio de departamentos cuya antigüedad de su construcción data desde hace más de 70 años. Ocurre que, a  saber pleno de sus propietarios, las tuberías de agua amenazaban con colapsar debido a la cantidad de óxido acumulado en su interior, al ser éstas de fierro. Advertidos del caso, el colapso, descrito en un atoro, empezó por la tubería de uno de los departamentos del piso superior del edificio. Hoy, “a mal entendedor, ¿cuántas palabras?” porque nadie quiere entender ni asumir lo que coloquialmente se dice… “nada de nada”. Todos, irresponsable y obcecadamente, se han sentido con derecho a culpar del colapso al propietario del departamento del piso superior, y a él le reclaman que no haya agua, despotricando hasta la amenaza de aquejarlo ante una autoridad. Sobre el caso, espero que de involucrarse una autoridad, ésta sepa preguntar para no ser sorprendida, y enterada del mismo “ubique” a todo posible quejoso.

Basta de la promoción excesiva de los derechos sin ser ésta advertida que “derecho y deber” no actúan por separado. Quien se sienta en derecho se obliga a deberes y viceversa. En la escuela aprendí y, como educador, así lo aprenden mis alumnos, que cuando la persona es menor de edad su derecho a un nombre propio, a la salud, a la alimentación, a la educación y a la vivienda, tal vez olvide alguno, se exigen como derechos sin obligar deberes. Cuando se es adulto, los derechos se ejercen mediando las obligaciones de acuerdo a lo que se está pretendiendo, y viceversa.

                                                                                        Edgar Andrés Cuya Morales
                                                                                                             Pedagogo                   

                                                                                 elsegundohogar.blogspot.com

domingo, 17 de agosto de 2014

Y nos atrevemos a decir… ¡Feliz día del Niño!



“Quien no trabaja, no come”. ¿Qué tanto de cierto, riguroso, cruel o real, tiene la frase?
- Digo yo, que no tendría ningún sentido si a la niñez se quisiera hacer referencia. Sin embargo, la realidad es otra y entristece mi corazón, motivándome a levantar una voz de protesta.

Fui al mercado con la idea de comprar buenos ingredientes para la preparación de un suculento y delicioso almuerzo dominguero. Entendido está, que las compras se hacen con dinero, y éste lo he obtenido de un trabajo riguroso y esforzado. De ese que no abunda. Es escaso. Pero, no porque lo que abunde sea el trabajo fácil, sino que aquí en el Perú, no hay trabajo. Son casi nulas las oportunidades. Del poco trabajo, éste paga lo insuficiente para quedarse con hambre, sin casa, sin techo y demás.

Me hice de varias bolsas pesadas al contener frutas, verduras, abarrotes y pescado. Llegué a casa, y estando frente a la puerta a punto de ingresar, una voz tierna me hizo detener el paso y voltear. Era una niña acompañada de su mamá. Una niña ofreciéndome en venta caramelos. Una niña maltratada por su pobreza e indiferencia del Estado. Atiné a sacar una moneda y dársela, sin pedir a cambio caramelo alguno. Pero, sentí que no fui suficiente. Se me oprimió el corazón. No por pena ni lástima, sino por lo injusto que es este país. Lo injusto de sus gobernantes. Lo falso de parte o todo de un discurso presidencial por 28 de julio. Lo injusto de quienes miran, callan y siguen su camino. Lo injusto de quienes ignoran esta realidad. Lo injusto de quienes se atreven a llamarse defensores de los derechos humanos. Lo injusto de ser  egoístas. Lo injusto de no amar al prójimo.

Entré a casa. Dejé las bolsas e inmediatamente preparé un regalo para aquella niña y su madre. Lo hice rápido para evitar se pudieran haber ido lejos de la casa. Gracias a Dios, no fueron lejos. Madre e hija estaban sentadas al filo de la vereda. Me acerqué, y le ofrecí el presente a la niña. Le dije que quería compartir algo con ella, y que lo disfrutara. El regalo era una gaseosa, galletas y dulces. El corazón se me desoprimió. No fue una descarga de conciencia. Tampoco, un interés por hacerme el buen samaritano. Fue un mínimo acto de justicia para quien representa a miles de niños capaces de mantener una sonrisa a pesar de la extrema pobreza en la que les toca vivir.

¡Gracias, señor! – Me dijo.
Para mí, su sonrisa en aquel rostro angelical fue suficiente. No había nada que agradecer. No pude hacer más. Como la mayoría, tengo un trabajo poco remunerado. Pero, si puedo decir: ¡Feliz día del Niño!



Edgar Andrés Cuya Morales        

lunes, 11 de agosto de 2014

“Agua, desagüe… “

No sé si por error propio o voluntad ajena, la educación poco o nada interesa discutirse en el plan de propuestas de quienes aspiran a gobernar un distrito, una provincia o una región a razón de las próximas elecciones. Basta dar un vistazo o lectura a los anuncios de campaña para confirmar que hasta de lo más insensato o irracional puede tratarse u ofrecerse, menos de educación.

La educación, en su sentido amplio, no se ciñe a la escuela. Tampoco, a su dependencia ministerial. La educación es inherente al hombre por su condición natural de ser racional. Por su racionalidad el hombre ha evolucionado. La evolución es natural. El hombre evoluciona en las dimensiones que lo constituyen humano. El hombre evolucionado es educado.

Día a día se advierte el estado de barbarie del hombre. En nuestra realidad, cada vez es peor la convivencia en sociedad. Nadie educa, ni nadie se interesa por hacerlo. Y, de mal en peor, son menos las personas educadas. Ello, está descrito en la repetición de hechos lamentables que van desde el acto de arrojar algún desperdicio al suelo hasta cualquier otro cruel o abominable en contra de la naturaleza y del propio hombre.

Cabe insistir que se hace referencia a la educación del hombre no vista desde la capacidad inmediata para responder sumas, restas, fechas, nombres, etc., sino de aquella capaz de reprimir la comisión de cualquier conducta, comportamiento, hábito o costumbre ajena a la condición de hombre evolucionado, persona educada o ciudadano ejemplar.

No se crea ni se piense que la educación es labor de quien se hizo profesor. Quien educa más allá de las aulas se hace maestro si participa activamente en la sociedad motivado de la intención y vocación de servicio por educar. Y, no sólo quien tenga la condición de profesor puede hacerse maestro. La sociedad pide a gritos ser educada, pero por maestros.

No se oye candidato alguno que cimiente sus propuestas en incluir a la educación en la administración, obras y servicios a la comunidad. O, es acaso, ¿qué el interés seguirá siendo llegar al cargo preocupado por cómo devolverá los favores?

            
Continuará…

miércoles, 19 de febrero de 2014

¡Pobres los maestros!


Que venida a menos está la condición de ser maestro en el Perú. Soy maestro, pero si les aseguro que no del montón. Digo no del montón porque lamentablemente ese espacio lo ocupan un numeroso grupo de maestros con incapacidad para desmentir que su condición no la hizo la ocasión sino su vocación.
 
Hoy en día hay docentes o profesores, pero la educación requiere de maestros porque no basta enseñar sino educar. Cuando se educa la tarea atiende las necesidades de nuestros educandos en cuanto a su saber, hacer y ser. Pero, la atención no queda inscrita en un papel a modo de documento de programación curricular sino en la preocupación diaria por identificarse con sus alumnos para conocerlos al punto de guiar sus aprendizajes, acciones y conductas que no están siempre directamente relacionadas con un programa curricular. Cuando se está en contacto con niños y adolescentes, la convivencia maestro – alumno  obliga al maestro, por su vocación, a conocer de su alumno cuánto sabe, no sabe, acierta, se equivoca, no controla, no comunica, calla, se excede, quiere saber, qué lo alegra, qué lo entristece, qué mas hace, y demás situaciones capaces de ser medidas u observables no sólo a nivel del conocimiento sino a nivel del uso o ejercicio de su potencial a través de su conducta o comportamiento. Penosamente, los del montón nada, no quieren saber o no entienden lo que hasta acá puedo decirles.
Las instituciones educativas sustentan su oferta o propaganda de su servicio educativo en la formación integral de quienes pasan o pasarían a ser parte de su comunidad. Sin embargo, es fácil desmentirlos porque la sociedad se abunda de hombres y mujeres cada vez más indiferentes a lo que puedan estar padeciendo o solicitándoles quienes tienen a su lado.
Vista la realidad en la que convivimos, la educación de quienes son las próximas generaciones a liderar esta sociedad, no debe bastarse de cuánto pueda medir el saber de un niño o adolescente sobre números y operaciones o palabras y sus sinónimos, sino de calidad humana, claro, en la que los conocimientos no se dejan de incluir.
Entonces, las autoridades deben dejar de creer por sí mismos o por influencia de sus asesores que el cambio de términos pedagógicos, o una posible simplificación del diseño curricular nacional, o la inversión en una propaganda comercial para el buen inicio del año escolar con el rostro de un personaje del mundo artístico, serán suficientes razones para motivar y reeducar a los profesores. Nuevamente, se equivocan. Mientras no haya apertura para entender y comprender que se necesita urgentemente reeducar al docente en los vacíos de su formación magisterial como modelo de vida, se seguirá inflando un globo al que le aparecen cada vez más y más agujeros.           
Aprovecho la ocasión, ya que soy maestro y, por ende, defensor de la condición de quienes somos colegas, para protestar y rechazar el comercial televisivo de la empresa METRO en la que se hace mofa del rol docente en la elaboración de las listas de útiles escolares.
¡Pobre lo maestros! Si, pobres en el sentido de lo que aún no se nos reeduca y, a la vez, obliga. Pero no por ello, le está permitida a otros una mofa porque en un supuesto derecho, éste se acaba en el que le asiste no sólo a la otra persona sino al maestro.