martes, 13 de diciembre de 2022

¡Alerta. Es más que un tema de casa!

 

Las buenas enseñanzas dadas en casa – por decir, hogar - deben corroborarse en la escuela, y así debe ser porque la educación básica formal es intencionada. Pero, cuando tales buenas enseñanzas no encuentran conexión ni compatibilidad con lo que discurre “programado” en la escuela, también es cuando se da rienda suelta al conflicto mental por el que se distorsionan ciertas ideas y pensamientos en los aprendices acerca del “quién soy”, “cómo ser”, “por qué yo” y demás. Y, no cabe duda que la referencia es sobre los adolescentes.

A diferencia de cualquier otra época anterior, en la presente es como si se viviera dentro de un campo minado o una zona de bombardeo. Lógicamente, sin ser una guerra real, porque si lo fuera existiría la amenaza de salir herido o, en el peor de los casos, llegar a morir, por no saber dónde están las minas, ni saber cuándo ni dónde serían los bombardeos. Pero, de lo que aquí se trata, y siguiendo con la metáfora, es que se entienda que en este campo o zona de batalla sí se conoce todo sobre el enemigo; entonces, morir, salir herido o, simplemente, ser vencido, resultaría absurdo.

Hace bastante tiempo, la casa y la escuela, se ven enfrentadas. Desde casa, sucede que se andan trasladando ciertas responsabilidades, sobre cualquier situación problemática con los hijos, hacia la escuela. Mientras, desde la escuela, sucede una vuelta o revés cuando se afirma que todo lo que les pasa a los aprendices es un tema de casa.

En casa, debe entender el padre de familia y/o tutor, que la tenencia de un hijo(a), no solo está en el hecho de cumplir con la obligación legal acerca de la vivienda, salud, vestido y escuela, sino está también en el hecho de esforzarse para servir de buen ejemplo a los hijos. Las buenas costumbres y los buenos hábitos se aprenden en casa. Las normas se aprenden en casa, y éstas en su sentido de conocimiento y experiencia respecto al fin de su atención, así como el resultado o las consecuencias de su omisión.

En la escuela, debe entender el director, el equipo docente y demás, que a ellos se les encarga oficialmente la educación básica de niños y adolescentes porque cuentan con “el título” para hacerlo; lo que quiere decir, y siendo los aprendizajes intencionados, que los educandos bien pueden aprender conocimientos por áreas curriculares como buenas costumbres, buenos hábitos y demás normas y reglamentos, sin desentenderse de estas últimas enseñanzas bajo la excusa de que es un tema de casa.

Por supuesto que hay malos hogares, pero no necesariamente malos hijos, debiendo entenderse que los niños y los adolescentes cursan ese proceso natural, intensivo e intencionado de aprendizajes y sostenimiento de su educación básica, y conforme van creciendo, van siendo el reflejo de lo aprendido o, lamentablemente, lo no aprendido en casa, y del mismo modo, en la escuela. Entonces, si el reflejo son los escasos saberes, la distorsión de ideas y pensamientos, la desmotivación, el auge de la mediocridad, las malas conductas y comportamientos y la desobediencia casi absoluta a los deberes, normas y reglamentos, es porque – hoy más que ayer – no solamente se persiste en el insulso enfrentamiento entre casa y escuela, sino que cada vez parece importar menos no haber sintonía ni compatibilidad de experiencias educativas entre uno y otro espacio donde van dándose los aprendizajes básicos. Haber malos hogares – dígasele malos por el hecho de no saber educar – y malas escuelas – dígasele malas por el hecho de no extender sus alcances educativos, formativos y orientadores hacia los hogares – no han de generar ese futuro anhelado y representado en los aprendices. Por otro lado, y siendo la escuela la que ostenta el título de educadora, téngase en severa cuenta que la solución no está en seguir engrosando los planes y programaciones con terminología, principios, fines y demás, porque la mala educación solo se combate con buena educación.

De tanto, un caso son los adolescentes, quienes, en su desorientación natural, y natural en el sentido de los cuestionamientos que se procuran a sí mismos o entre ellos mismos, por el hecho, también natural, de “haber cambiado”, y de un modo casi  brusco – digamos, dejando de ser para… ahora ser, o no teniendo para… ahora tener – implica que, tanto la casa como la escuela, le preste mayor atención, dándole el acompañamiento, la orientación, las aclaraciones y la suficiente confianza, para que vayan comprendiendo el proceso de vida al que ninguno de los seres humanos es ajeno. Pero, si la escuela anda negada a asumir ese rol, argumentando que lo que les pueda estar pasando a los adolescentes es un tema de casa, estarán dejando a rienda suelta que se multipliquen los casos extremos, donde haya quienes anden creyendo que autoflagelarse o autoeliminarse es la opción por no ser quien es el otro(a) o, y al otro extremo, anden creyendo que cada quien puede hacer y decir lo que le venga en gana porque es tan valioso, y además su derecho absoluto, por el que nadie puede contradecirlo. Al respecto, en las escuelas no es que falten psicólogos – claro, tal vez sí donde no haya ninguno – sino falta liderazgo pedagógico y entera valentía para atreverse a hacer lo que exactamente no le diga qué hacer este sistema educativo, personificado mayormente en quienes satisfacen su autoridad atemorizando a los colegas, sino hacer lo que pudiera estar demandando su atención sobre la realidad educativa. Eso sí, y para no darle justificación al sistema y su personificado, sabiendo comprometer a todo su equipo o comunidad  educativa en las tareas por emprender.