Las buenas enseñanzas dadas en casa – por decir, hogar - deben corroborarse en la escuela, y así debe ser porque la educación básica formal es intencionada. Pero, cuando tales buenas enseñanzas no encuentran conexión ni compatibilidad con lo que discurre “programado” en la escuela, también es cuando se da rienda suelta al conflicto mental por el que se distorsionan ciertas ideas y pensamientos en los aprendices acerca del “quién soy”, “cómo ser”, “por qué yo” y demás. Y, no cabe duda que la referencia es sobre los adolescentes.
A
diferencia de cualquier otra época anterior, en la presente es como si se viviera
dentro de un campo minado o una zona de bombardeo. Lógicamente, sin ser una guerra
real, porque si lo fuera existiría la amenaza de salir herido o, en el peor de
los casos, llegar a morir, por no saber dónde están las minas, ni saber cuándo ni
dónde serían los bombardeos. Pero, de lo que aquí se trata, y siguiendo con la metáfora,
es que se entienda que en este campo o zona de batalla sí se conoce todo sobre
el enemigo; entonces, morir, salir herido o, simplemente, ser vencido, resultaría
absurdo.
Hace bastante
tiempo, la casa y la escuela, se ven enfrentadas. Desde casa, sucede que se andan
trasladando ciertas responsabilidades, sobre cualquier situación problemática con
los hijos, hacia la escuela. Mientras, desde la escuela, sucede una vuelta o
revés cuando se afirma que todo lo que les pasa a los aprendices es un tema de
casa.
En casa,
debe entender el padre de familia y/o tutor, que la tenencia de un hijo(a), no solo
está en el hecho de cumplir con la obligación legal acerca de la vivienda, salud,
vestido y escuela, sino está también en el hecho de esforzarse para servir de buen
ejemplo a los hijos. Las buenas costumbres y los buenos hábitos se aprenden en
casa. Las normas se aprenden en casa, y éstas en su sentido de conocimiento y experiencia
respecto al fin de su atención, así como el resultado o las consecuencias de su
omisión.
En la
escuela, debe entender el director, el equipo docente y demás, que a ellos se
les encarga oficialmente la educación básica de niños y adolescentes porque
cuentan con “el título” para hacerlo; lo que quiere decir, y siendo los
aprendizajes intencionados, que los educandos bien pueden aprender conocimientos
por áreas curriculares como buenas costumbres, buenos hábitos y demás normas y
reglamentos, sin desentenderse de estas últimas enseñanzas bajo la excusa de
que es un tema de casa.
Por
supuesto que hay malos hogares, pero no necesariamente malos hijos, debiendo
entenderse que los niños y los adolescentes cursan ese proceso natural, intensivo
e intencionado de aprendizajes y sostenimiento de su educación básica, y conforme
van creciendo, van siendo el reflejo de lo aprendido o, lamentablemente, lo no
aprendido en casa, y del mismo modo, en la escuela. Entonces, si el reflejo son
los escasos saberes, la distorsión de ideas y pensamientos, la desmotivación,
el auge de la mediocridad, las malas conductas y comportamientos y la
desobediencia casi absoluta a los deberes, normas y reglamentos, es porque –
hoy más que ayer – no solamente se persiste en el insulso enfrentamiento entre
casa y escuela, sino que cada vez parece importar menos no haber sintonía ni
compatibilidad de experiencias educativas entre uno y otro espacio donde van dándose
los aprendizajes básicos. Haber malos hogares – dígasele malos por el hecho de
no saber educar – y malas escuelas – dígasele malas por el hecho de no extender
sus alcances educativos, formativos y orientadores hacia los hogares – no han de
generar ese futuro anhelado y representado en los aprendices. Por otro lado, y
siendo la escuela la que ostenta el título de educadora, téngase en severa
cuenta que la solución no está en seguir engrosando los planes y programaciones
con terminología, principios, fines y demás, porque la mala educación solo se
combate con buena educación.
De
tanto, un caso son los adolescentes, quienes, en su desorientación natural, y
natural en el sentido de los cuestionamientos que se procuran a sí mismos o
entre ellos mismos, por el hecho, también natural, de “haber cambiado”, y de un
modo casi brusco – digamos, dejando de ser
para… ahora ser, o no teniendo para… ahora tener – implica que, tanto la casa
como la escuela, le preste mayor atención, dándole el acompañamiento, la orientación,
las aclaraciones y la suficiente confianza, para que vayan comprendiendo el proceso
de vida al que ninguno de los seres humanos es ajeno. Pero, si la escuela anda
negada a asumir ese rol, argumentando que lo que les pueda estar pasando a los
adolescentes es un tema de casa, estarán dejando a rienda suelta que se multipliquen
los casos extremos, donde haya quienes anden creyendo que autoflagelarse o autoeliminarse
es la opción por no ser quien es el otro(a) o, y al otro extremo, anden
creyendo que cada quien puede hacer y decir lo que le venga en gana porque es
tan valioso, y además su derecho absoluto, por el que nadie puede
contradecirlo. Al respecto, en las escuelas no es que falten psicólogos – claro,
tal vez sí donde no haya ninguno – sino falta liderazgo pedagógico y entera valentía
para atreverse a hacer lo que exactamente no le diga qué hacer este sistema
educativo, personificado mayormente en quienes satisfacen su autoridad atemorizando
a los colegas, sino hacer lo que pudiera estar demandando su atención sobre la realidad
educativa. Eso sí, y para no darle justificación al sistema y su personificado,
sabiendo comprometer a todo su equipo o comunidad educativa en las tareas por emprender.