Sorprenderme por las “colas” a las que, en su mayoría
de veces, calladitos nos solemos enlistar cual autómata y sin preguntar su por qué
o para qué, ya no se deben a un reclamo.
Sin embargo, si debo levantar mi voz de protesta
frente a un hecho recurrente y doloso que viene sucediendo en la oficina y/o
agencia bancaria del Banco de Crédito – BCP ubicada en la Cuadra 1 de la Av. Armendáriz
en el distrito de Miraflores; ya que en dicha agencia parece ser que no se
practica lo que en otras del mismo banco si saben hacerlo muy bien, y me
refiero a la atención de quienes no somos sus clientes “comunes” o “de banca
exclusiva”.
Por circunstancias ajenas a mi elección, y por segunda
vez, tuve que hacer un depósito bancario, y de ironía, en cuenta de uno de sus
clientes. Ingresé y me ubiqué de acuerdo a mi condición de “visitante o usuario”
al no ser “cliente”, menos uno de “banca exclusiva”. Hasta aquí, nada que
reclamar, entendiendo el sentido de su organización y orden. Pero, volvió a repetirse
el hecho de estar en cola de “visitante o usuario” sin ser atendido; obligándoseme
a soportar el desfile tras desfile de sus clientes y los de banca exclusiva, a
punto tal que una de las jovencitas cajeras dejó de atender la ventanilla para
salir a enseñarle a un cliente de “banca exclusiva” cómo retirar dinero por
cajero automático. Más que enfadarme, y viendo que los otros jovencitos cajeros
proseguían atendiendo sólo a los clientes del banco, me esperancé en ser
atendido por ella al volver, pero no fue así. Retornó a su ventanilla y “ni
bola” a los visitantes o usuarios. Es importante aclarar que la sola y única
cola hecha larga, y en espera, era en la que me tocaba estar.
Decidí reclamar. Encargué mi lugar en la cola y me
apersoné a una señorita que parecía tener algún cargo. Le dije que permanezco
en una cola que me está obligando a ver la llegada y salida del banco de mucha
gente sin que la demás personas y yo seamos atendidos. A lo que textualmente contestó:
“el tiempo de espera de los visitantes o usuarios es distinto al de nuestros
clientes”. ¡Plop! – exijo una explicación. Refuté al preguntarle cuánto era ese
tiempo de espera porque en mi caso llevo más de lo que un tiempo de espera es
tolerable. No me respondió, y puso gesto de quien quiso asustarme. En ese mismo
instante, se oyó por ahí una voz: ¡pase visitante! Era mi turno. Después de
tanta ingrata espera pude hacer el depósito. Por los hechos relatados sonaba a
ironía que la cajera me dijera lo que memorísticamente suelen repetir: “Señor, ¿en
alguna otra operación lo podemos atender? No, señorita. – le dije. No he sido
bien atendido – agregué. A lo que me miró con una “carota”, sí esa misma que
suelen ponerme las cajeras de los supermercados cuando le digo que no quiero
donar parte de mi vuelto.
Edgar Andrés Cuya Morales
Pedagogo
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