jueves, 12 de octubre de 2023

Bullying escolar: Al pendiente de los hijos y estudiantes

 

A un nivel tal de saber lo que ocurre con sus hijos y estudiantes en este preciso instante y demás momentos o espacios donde ellos se desenvuelven en sus diferentes roles, ningún padre ni profesor podría estarlo pendiente. Pero, cuando esa realidad se contrasta con haber muchos padres y profesores cuyos hijos y estudiantes sí los creen pendientes de ellos a ese nivel; entonces, debería cuestionarnos, a los adultos, si los destapes del bullying escolar se condicionan con el nivel pendiente de los hijos o estudiantes.   

En el mundo de los adultos se sitúan quienes han transcurrido antes por etapas básicas del aprendizaje, y se supone ser un mundo donde discurren modelos ejemplares de conductas y comportamientos.

En el mundo de los niños y adolescentes se sitúan quienes están siendo formados y educados por adultos, y se supone ser un mundo vigilado por padres y profesores al pendiente de sus hijos y estudiantes.

Sin embargo, en ambos mundos no sucede tal cual se supone porque en el mundo de los adultos son menos las evidencias de modelos ejemplares de conductas y comportamientos. Mientras que, en el mundo de los niños y adolescentes, son más las evidencias de menos adultos estando al pendiente de sus hijos y estudiantes. Entonces, es evidente que somos los adultos quienes debemos reflexionar y proceder o actuar de modo distinto en ambos mundos, ya que solo así la formación y educación básica de nuestros niños y adolescentes no seguirá dando mayores muestras de conductas y comportamientos inapropiados y hasta funestos.        

El hogar y el colegio son espacios de convivencia en donde los niños y adolescentes son estimulados por padres y profesores, respectivamente, para experimentar sus aprendizajes formativos y básicos.

En el hogar la responsabilidad recae en lo padres, y no hay excusa que valga su desatención porque los hijos son su entera responsabilidad. De tanto que merecen los hijos, por innata naturaleza humana y derechos universales o del niño y adolescente, están su formación y educación básica. Lo que obliga a los padres a procurarles los primeros espacios y momentos sanos de experiencias de vida familiar. Si bien estas primeras experiencias de aprendizajes no son escolarizadas si pueden atender una intención, dedicación, preparación, programación, supervisión y constancia. Las primeras experiencias de vida familiar y demás aprendizajes obligan a los padres a mantenerse al pendiente de los hijos porque son principalmente su modelo de vida, su guía, su protector, su entrenador, su facilitador y su filtro ante los múltiples estímulos que los rodean, y los cuales no se les quita, niega o evita, sino se filtra u orienta. Es de este modo que los hijos van asimilando que sus padres están al pendiente y a un nivel de saberlo todo de ellos. Lo que no es lo mismo al engreimiento exagerado, ni la sobreprotección, ni mucho menos la sumisión, siendo esta última en la que incurren habitualmente muchos padres cuando suelen llamar a sus hijos “mi rey” o “mi reina”. Porque el resultado de una crianza de este tipo genera hijos dominantes, antojadizos, rabiosos, violentos, egoístas, discriminadores o groseros, así como pasivos, atontados, miedosos, influenciables o derrotados.

En el colegio la responsabilidad recae en los profesionales de la educación. En todos quienes lo integran o están al frente del mismo, y no solamente en los profesores con carga horaria en una determinada aula de clase. En el colegio, profesor o no, son todos los adultos quienes deben estar al pendiente de los estudiantes desde el área o la función que cumplan dentro de la institución. A diferencia del hogar, en el colegio la labor de educar es encargada, pero eso no lo hace una responsabilidad menor sino mayor porque dicho encargo se supone estar dado a personas especializadas por su respectiva profesionalización docente, psicológica y psicopedagógica. Por tanto, toda o casi toda la marcha institucional está obligada a planearse, pero no en el sentido de incrementar la papelería ni despegar los pies del piso, sino hacer un plan sujeto a las condiciones de las características de su población estudiantil y familiar para que su intención pedagógica aproveche, fortalezca y/o modifique tales características porque de eso se trata la educación.            

Un buen hogar o colegio no es exactamente tener a hombres y mujeres perfectos e ideales como padres o profesores, sino a buen hombre y una buena mujer en su rol de padre o profesor. Y, es un buen hombre o buena mujer quien vive y convive dando siempre ejemplos de vida sobre todo aquello justamente evitando que él, tú y yo no seamos ni hagamos cosas malas.

Al pendiente de los hijos y estudiantes quiere decir entonces que tanto padres como profesores deben convencer, persuadir, predisponer o inducir a sus hijos o estudiantes a que ellos los crean al pendiente de sus actos o accionar que, a simple vista, son malos y de consecuencias negativas para ellos y/o los demás. Lo que no es lo mismo el extremo de generar una dependencia total cuando los actos de los padres convencen a sus hijos que a ellos no les corresponde nada por hacer. Tampoco el otro extremo de generar una sobreprotección cuando los hijos también llegan a creer que pueden hacer todo cuanto se les antoje (bueno o malo). Cualquiera de los extremos se vuelve un peligro para la sana convivencia con sus pares en el colegio cuando los profesores prefieren mantenerse indiferentes a la dependencia o sobreprotección. Por el contrario, deben trazar un plan estratégico psicopedagógico, tanto para padres como profesores, no importando si el porcentaje de casos es mínimo en el colegio.

A los hijos o estudiantes hay que enseñarles el significado de la precaución con todos sus ejemplos posibles. Hay que enseñarles a saber inhibirse sobre lo que no es correcto, procurando habilitar su capacidad crítica sobre todo posible mal acto que se le pudiera ocurrir a otros y a ellos mismos en contra de quienes conviven o se relacionan con ellos. Hay que enseñarles el sentido de autoridad que representan los padres en el hogar y lo profesores en la escuela. Eso es básico porque la vida del hombre siempre está dependiente de una autoridad que protege, vigila, controla, conoce, sabe, enseña, invita a la reflexión, perdona, motiva, lidera, soluciona conflictos y premia; pero, también en ocasiones sanciona y castiga.      

Convencer a los hijos y estudiantes que sus padres y profesores están al mínimo pendiente de sus actos – sobre todo aquellos no buenos – se logra con adultos esforzados en reprimir o controlar sus mayores defectos, debilidades o malas reacciones para modelar ante sus hijos o estudiantes como hombres o mujeres de una vida sana, laboriosa, atenta a sus obligaciones, preocupada, feliz, etc. Y, todo ello con el principal ingrediente de la autoridad, así como la disciplina y hasta el posible rigor sobre asuntos que merecen la atención del niño o adolescentes sobre sus obligaciones y deberes conforme va conviviendo con otros fuera de su núcleo familiar. Por ninguna razón la autoridad, la disciplina o el rigor debe sembrar terror o cobardía, sino responsabilidad, respeto y compromiso, y aunque algunos digan que nuestra conducta o comportamiento no se condiciona, estamos condicionados incluso hasta por la propia naturaleza.                         

martes, 5 de septiembre de 2023

"De la travesura al delito"


De la travesura al delito

Los noticieros, y sus noticias, nos escandalizan cada día con tanta exhibición de delitos por doquier. Pero, de ahí a que los escolares sean el centro de tales noticias, nos espanta y asusta porque se los supone el futuro de la sociedad. Entonces, el asunto se torna grave, y es cuando el gobierno de turno (poder ejecutivo) y congresistas (poder legislativo) deberían obligarse a dar cuenta sobre lo pobre o precaria de su gestión, porque no funciona o funciona mal.

La población, entre tanta, la adolescente en edad escolar – salvando excepciones - está asimilando los malos ejemplos de los adultos, no solo como actos comunes y corrientes, sino replicándolos en cualquiera de sus espacios de convivencia. Lo que no podemos permitir, sino será el delito lo que reemplace a la chiquillada o pillería ingenua y candorosa con la que se describe la travesura propia de niños y adolescentes.       

La obligación de dar cuenta sobre sus posibles malos ejemplos también recae en la familia y se extiende hasta la escuela, porque atañe a todos quienes educan. Así como en quiénes son los responsables de la política y los lineamientos de la educación básica escolar.   

A nivel familiar y escolar, todo eso posible y malo ocurriendo en los hogares y las escuelas – nuevamente salvando excepciones - no es simple casualidad ni espontaneidad. La familia y la escuela están entrelazadas en una razón de causa y efecto. Entonces, si la política educativa no integra, sino enfrenta, la familia y la escuela seguirán justificándose, culpando una a la otra.

En el hogar, se requiere de padres presentes en la vida de sus hijos (aunque no convivan bajo el mismo techo). Describiéndose esa presencia en el interés y preocupación del padre o madre por servir de buenos ejemplos para sus hijos, y por lo que ellos asimilen el aprendizaje de capacidades y valores con los cuales crezcan, se desarrollen, surjan y compitan sanamente en sus vidas. Asimismo, se requiere de padres que dejen educar a quienes tienen el profesionalismo y encargo de hacerlo.       

En la escuela, son principalmente los adolescentes, quienes le han ido perdiendo el temor a las llamadas de atención verbal o anotadas en una esquela o cuaderno de control. Le han perdido temor a sacar malas notas en el examen, a reprobar un curso o asignatura, a que se le cite a su padre o madre al colegio por reiteradas conductas impropias. Incluso, hasta a la posible repitencia o separación de la institución. Pero, nada de aquello por causa de ser otros tiempos, sino por un modelo educativo – implantado desde hace más de dos décadas en reemplazo del modelo tradicional – habiendo malinterpretado extremadamente que tales asuntos son atentados en contra de los derechos y autoestima del niño y adolescente.  Entonces, ya ni siquiera por esos condicionantes el estudiante se ve sujeto a la reflexión u obligado a reparar en sus conductas, comportamientos y actitudes de mejora personal y respeto hacia los demás. Tampoco, a la responsabilidad de asumir las consecuencias de sus actos, a preocuparse por su bienestar propio o interesarse por sus estudios. Lo que no quita la capacidad profesional de los docentes de saber motivar, con distintas estrategias y técnicas, a sus estudiantes sobre todo aquello. Sin embargo, nadie podría negar el tratamiento de casos justamente por los que se han prescrito los reglamentos, las normas y las leyes, a modo de prevención, regulación y control sobre la conducta y comportamiento del hombre, a cualquier edad y en cualquiera de sus espacios de convivencia.

A todo nivel están prescritos los reglamentos, las normas y las leyes, comprendiendo tanto el derecho como deber. Pero, el error que se viene incurriendo al respecto, y este desde la primera autoridad, no solo es cuanto a la sobrevaloración de los derechos – pareciendo despojar a cualquier sujeto de sus deberes -, sino en cuanto a esa especie de omisión - vuelta casi una alcahuetería -sobre la malinterpretación, aún no aclarada a la toda la población, y por la que muchos vienen actuando sin reparo, ni advertencia, ni remordimiento de lo que hacen, justificándose en el ejercicio de sus derechos, aun estos sobrepasen y hasta pisoteen el derecho del otro. Entonces, y sin quitar la parte de culpa que les toca a los malos docentes, es cuando nos espanta enterarnos de estudiantes amenazando con un arma de fuego sobre la cabeza a su profesora. A otros, y de “colegio de paga”, comercializando fotografías de desnudos con los rostros de sus compañeras de clase. Ni que decir del imperante bullying escolar, con casos extremos de agresión psicológica hasta por el cual sus víctimas han optado por el suicidio. Recientemente, a una estudiante desfigurándole el rostro de la compañera con una cuchilla. Y, en lo que está vuelta una mala conducta y comportamiento – común y corriente - de muchos adolescentes, sin posibilidad, ni respaldo de las autoridades de aplicar los correctivos, cuando deciden negarse a cumplir cualquier mínima indicación del docente en clase, bajo su simple argumento de no darle la reverenda gana de obedecer.  

Hay que ponerle un alto, y en buena parte funciona aquello de que basta con el ejemplo, solo así muchos podrán entender que si no hace eso de malo que se le pueda estar ocurriendo no le pasará lo mismo a quien ya fue sancionado por lo mismo.          

        

domingo, 16 de julio de 2023

“LA ESCUELA NO PARECE SER MÁS EL SEGUNDO HOGAR”

 

No sé cuándo, ni quién puso en boga aquello de que la escuela era el Segundo Hogar. Pero, si sé que parecía funcionar como tal, en el sentido aquel de encontrar, fuera de casa, a otras figuras adultas con carácter paternal y amical, repitiendo los mismos y tantos consejos y advertencias que solemos oír los hijos de los padres acerca de la importancia del estudio y el saber comportarnos como muchachos de bien. 

En la escuela te ponen a un tutor o tutora al frente del aula y/o sección – otras hasta un “cotutor” – a quienes los suponemos distintos al común profesor de curso, asignatura o área curricular. Y, al parecer, designados sin otra mayor preocupación que cumplir con la norma. Pero, hay algo que la escuela sigue pasando por alto o dando por hecho, y es que – en primer lugar – no debería dejar suponer, sino hacer saber, tanto a los estudiantes como los padres de familia: quién es la persona con el encargo de tutor o tutora, qué es serlo y que autoridad le es otorgada. En segundo lugar, y vista la realidad que se tiene enfrente, la escuela debería mostrarse con mayor preocupación siempre que, directa e indirectamente, estuviera dando por hecho que el profesor, con la sola condición de padre o madre, se lo suponga un buen tutor o tutora. Al respecto, consideremos el hecho de que los padres de familia aprenden a ser padres en la marcha; entonces, y en lo que pueda estar comprendida la comparación, dicha condición no garantizaría la calidad del tutor o tutora. Lo que deben hacer las escuelas es innovar su gestión con la propuesta de un plan de autoformación de profesores en calidad de tutores. De ese modo, hasta sus “escuelas de padres” serían interesantes y de gran acogida.

Los tiempos son otros, pero los educadores no debemos permitir que los resultados de la educación sean contrarios al buen nivel de enseñanza y aprendizaje, a las buenos hábitos y costumbres y al don de gente.

Hoy, se sabe de la fragilidad y las posibles amenazas en la que se ve expuesto el profesor ante el uso de su autoridad sobre los estudiantes, pero la escuela – ni, aun así – debe dejar de ser el Segundo Hogar.      

El simple hecho de poner tutores en las aulas no creo le haya bastado a la escuela para alcanzar el reconocimiento de Segundo Hogar, y sí creo que la escuela fue reconocida como tal porque, además de ser el recinto del saber, el profesor podía ser apreciado por sus alumnos tan igual como un padre o madre por sus hijos. Lo que da a entender que la labor docente se extendía a mayores preocupaciones que el dictado de clases. Definitivamente, sin extremos y de mutua reciprocidad, y eso se supone lo sabe hacer la escuela porque todo quehacer educativo es intencional y se debe previamente a planes. 

Desde que el hombre se educa se lo entiende más humano, mejor persona y buen ciudadano. Lamentablemente no es la generalidad, sino la excepción, y eso está pasando porque la escuela no parece ser más el Segundo Hogar.

En el presente año, se les ha propuesto a las escuelas orientar su gestión en base a su autonomía e innovación; por tanto, no solamente el balón ha sido puesto en su cancha, sino se espera que no se patee por patear.     

      

             

        

             

        

domingo, 12 de febrero de 2023

El mal genio y la mala suerte: ¿una cuestión del pie izquierdo?

Con cuál pie te levantes cada mañana no es una cuestión de designios del cual dependan la suerte o humor del día. Así que, cualquiera sea el pie con el que te levantes, si has despertado de malas ganas y con un geniecillo que ni tú mismo te soportas, éso simplemente es debido a que, tanto tu conducta como comportamiento, están bajo dominio de esas desagradables emociones, volviéndote irritable, ofuscado, malhumorado, despectivo, malagracia y cuanto demás. Igualmente, ocurre en el caso de esa posible mala suerte de la que pudieras estar refunfuñando cierto día, y ésto porque cualquiera en un estado de ofuscación creerá incluso ser un desdichado o sujeto de algún conjuro diabólico.
Es cierto que el sentido nervioso está en todas partes del cuerpo, y si se trata de los pies, ocurrirá que cualquiera de los estímulos sobre los mismos - dígase a través del tacto - producirán una reacción, anterior y velozmente procesada en el cerebro, que no necesariamente será el mal humor o mala suerte, rigiendo la conducta y comportamiento de la persona por 24 horas, a causa del pie izquierdo.
Es claro también que "levantarse con el pie izquierdo" es un dicho popular, y que data de épocas anteriores en las que las creencias podrían sobreponerse a las explicaciones científicas del conocimiento del cerebro. Es por eso que, a estas alturas del caso, quien con tal dicho popular quiera excusar su malhumor, y ese mismo alterando el estado emocional de otros, ya no le será suficiente, ni la salida fácil para que los demás deban soportar su mal carácter. Esta vez, deberá admitir que él o ella se haya auto-sometido a sus propias y desagradables emociones. Acto seguido, intentar autocontrolarse hasta que despeje la ofuscación, recupere la serenidad y vislumbre el raciocinio.
Somos seres emocionalmente racionales. Lo que quiere decir que, sí o sí, la intervención de las emociones está comprendida dentro de nuestros procesos cerebrales. Sin embargo, la evolución ha conllevado al desarrollo de un cerebro donde predomina el pensamiento racional que - en un ejemplo - impediría no dejarte invadir por la cólera y ejecutar un acto de barbarie contra algún semejante o - en otro ejemplo - sonreír y saludar a las personas porque merecen tu respeto.
Hoy se habla de la inteligencia emocional, y no hay peor error entre los adultos que creernos autosuficientes, dar por hecho que cualquier tema está sabido porque repetimos las frases o que no va contigo, ni conmigo porque... Qué verguenza, ya soy un adulto!!!
Nadie puede decir que es un ser únicamente racional, ni nadie que lo es únicamente emocional. La evolución del cerebro distingue un cerebro reptiliano, al que se le sobrepone otro emocional y, sobre éste, el racional. Por tanto, la evolución cerebral, a diferencia de los demás seres vivos, nos permite más que solo respirar, comer, movernos o reproducirnos, sino sentir para despertarnos emociones capaces de inspirar lo mejor de los pensamientos e ideas.
Nadie es ajeno a dejarse dominar por cualquiera de las emociones negativas o desagradables. Pero, lo que no debería ocurrir es que tal dominio sume segundos para convertirse en minutos... Hay que detener de inmediato el conteo. Porque, así como hay bombas utilizando cuentas regresivas para hacer explosión, igualmente las emociones negativas o desagradables pueden explosionar aunque su cuenta no sea en orden regresivo.
Ninguna convivencia es sencilla porque nuestra propia naturaleza diversa hace que debamos ser lo suficiente "emocionalmente racionales" para convenir acuerdos de sana, pacífica y progresista convivencia. Sin embargo, que la misma no sea sencilla, porque dicha diversidad sea por los niveles de intensidad del malhumor y ofuscación entre uno y otro, hace que la convivencia sea imposible.
"La calle es dura", se dice mucho por ahí. Pero, además de dura hacerla insoportable porque hay más de aquellos dejándose dominar por sus propias negativas y desagradables emociones, debería obligar a todos, quienes tienen ostentan cierta o mucha autoridad sobre las personas de esta sociedad, no solo a reflexionar, sino a actuar porque lo visto en las calles es tanto la consecuencia de... como la desatención sobre...                                  
Cada quien, por su parte, respire mientras mentalmente cuenta del 1 al 20, y ésto cada vez pudiera empezar a oírse desafinado, fruncir el ceño, sudar y cambiar de rosaceo a verde el color de su rostro, porque son señales que va directo a la ofuscación, siendo la respiración, no solo la que le permita la oxigenación cerebral, sino el tiempo que el cerebro racional exige para aparecer y detener cualquier posible negativo o desagradable desenlace.                                       
Sonría. Sea amable. Trate con respeto. Vuelva a sonreír. Comparta. Vuelva a ser amable. Agradezca. Vuelva a tratar con respeto. Siempre comparta. Vuelva a agradecer. 
"Un mundo mejor" es mucho pedir por ahora, empecemos por "Un hogar mejor"... por ahí se empieza!!! 
  
 
                      
                      
                                                    
       

martes, 24 de enero de 2023

"La ausencia de valores: muchas veces mentada y las mismas veces no atendida"

 

Los valores no se aprenden por imposición de conceptos que luego deben repetirse de memoria. Tampoco con la propaganda de: "educamos en valores", siempre que a la escuela le sirva solamente como un medio para hacer atractiva cualquiera de sus presentaciones ante la comunidad educativa o autoridades del sector.

Los valores no se aprenden como valores en sí, sino como hábitos que se van forjando por la constancia de una práctica - casi natural - de simples actos comprendidos dentro de la cotidianeidad del desenvolvimiento, desarollo y socialización de la persona. Pero - eso sí - intencionalmente dependiente, tanto de la guía u orientación como de un interesado "educador", para que, de modo tal, vayan siendo observables en la conducta y comportamiento de quienes son sujetos del aprendizaje. 

Los primeros educadores son los padres, tutores y/o familiares, conviviendo bajo un mismo techo con niños y adolescentes. Lo que debería conllevarlos a entender el grado de responsabilidad que recae sobre cada quien, porque la conducta y el comportamiento se forma o deforma de acuerdo a como padres, tutores o familiares, decidan asumir su tarea al respecto. 

La tenencia de los hijos es correspondida natural y legalmente a los padres, y no es una victoria para quienes la pudieran haber recibido por un mandato judicial. Cuando el amor hacia los hijos es la mayor motivación de los padres, no se habla de victorias, ni obligaciones, sino simplemente de amor, y por ese amor es que despiertan el interés y el deseo de ver sanos, abrigados, alimentados, protegidos y bien educados a los hijos.

Desde otro lado está la escuela, la que no debe juzgar a aquellos primeros educadores si el caso fuera no estar asumiendo su tarea. Por el contrario, y ya que se supone somos los profesionales de la educación, debería la escuela mejorar e innovar sus mecanismos o estrategias de atracción y participación de los padres de familia en la labor educativa, sin importar siquera que la tarea se invierta, al no ser ellos quienes inicien la formación de la conducta y el comportamiento de sus hijos y sea la escuela la que la complemente en sus aprendices, sino al revés. Aunque, una vez conseguida la conciencia y el sentido sobre la tarea, los padres, no solo sabrán asumir lo suyo, sino evitarán esos malos entendidos de enfrentamientos o discordias contra la escuela, toda vez que se los insta a prestar atención sobre las posibles malas conductas e indebidos comportamientos de sus hijos. 

En casa, ningun mal acto de los hijos debe pasar inadvertido. Cuanto más pequeños se dejarán llevar por la curiosidad, las emociones y ese no saber aún qué es lo correcto, aceptable o bueno, tanto para ellos como para quien tengan alrededor, debiendo no subestimarle la inteligencia a la hora de aleccionarlos. No se crea que, pasada la experiencia, fue logrado el aprendizaje. Tal vez sí en ciertos momentos o circunstancias, pero es importante recordar que el cerebro aprende por hábitos, y los mismos se van forjando por lo consecutivo de los actos. 

En la escuela, ninguna posible mala conducta e indebido comportamiento, debe servir solo para el reproche a los padres. Educar en valores implica desgregar los mismos en actos y situaciones reales y cotidianas para incidir intencionalmente en acciones y reacciones de los aprendices que conlleven a seguir formándolos en buenos hábitos con respecto al bienestar personal y común entre todos los demás.  

La educación básica escolar es intencionada, y por lo mismo es que se debe a una programación. Asimismo, si bien la politica educativa se alinea a una generalidad, la escuela es autónoma en el sentido, no solo de adecuar la generalidad, sino de imponer sus propias políticas o lineamientos de acuerdo a las necedidades, demandas, fortalezas, problemática, cultura social, espacio geográfico, recursos humanos, recursos económicos, idoneidad y cuanto demás debe advertirse siempre que el fin supremo sea educar a toda esa niñez y adolescencia ingresando y transcurriendo por sus aulas.                                 

La casa y la escuela no son enemigas. Son espacios donde los hijos deben ser educados si están dentro de casa, y donde los aprendices siguen siendo educados si están dentro del colegio. Lo que debe ocurrir es una labor educativa conjunta, pero no en paralelo sino en constante intersección, porque haciendo cada quien bien su parte habrán mucho más en común aprendiéndose en ambas, y solo para el caso de la escuela, suplir las ausencias no aprendidas en casa.

          


                          

sábado, 14 de enero de 2023

¿Cuándo importará el rábano?

No haber muestra social del despliegue de destacadas capacidades cognitivas e inteligencia emocional, supuestamente "tratadas" durante los 11 años de la formación básica escolar - sin contar el tiempo de la educación inicial - es el resultado de que, a quienes tienen el poder - así sea de turno - para hacer las cosas distintas y bien hechas, en lo que concierne a la educación pública, les sigue importando un rábano.

¿Cuándo importará el rábano? Según parece, nunca. Porque mientras las gentes de aquí, allá y más allá, sigan siendo fragilmente manipulables y propensas a la ferocidad del daño entre sí, justamente por incapacidad para identificar, replicar, cuestionar o, simplemente, decirle "NO" a cualquier posible manipulador o embustero; entonces, que no nos sorprendan los actos de barbarie cometidos por esa ola creciente de víctimarios discapacitados del buen juicio, las buenas costumbres y el control de las emociones.

Crecí creyendo que la Navidad es un tiempo de reflexión y compartir, y que el término del año un tiempo hacedor de sinceros deseos de prosperidad para el nuevo tiempo por iniciar. Sin embargo, también fui descubriendo que cada vez importa menos reflexionar, nada ni nadie comparte y aquello de un deseo de felicidad y prosperidad es solo un dicho de la boca para afuera. No es que sea extremista ni negativo, sino es la cruda realidad que a muchos no les importa porque, y aquí si en ambos extremos, unos viven sin importarles un rábano lo que les sucededa a los demás, mientras otros sobreviven de las consecuencias de lo que a las autoridades les importa un rábano su felicidad y prosperidad.

Hace dos décadas atrás se nos impuso una reforma educativa escolar sin consultas ni opinión de quienes saben y/o conviven dentro de aquella realidad social cuya comunidad educativa, no sólo es extensa por su población estudiantil, sino distante de otras donde no parece preocupar ni afectar mucho si debe comprar menos pan o quitar la leche del desayuno de sus hijos por el alza del precio de ambos productos, y ésto por así decirlo para hacer notar tal diferencia. Entonces, en lo que concierne a la gran población estudiantil, de la que se supone ya deben haber egresado generaciones de ciudadanos con altas competencias, destacadas capacidades y hasta inteligencia emocional, no ocurre ni pasa porque la obligación, tras la imposición de un modelo educativo mal concebido, no hace sino aparentar que se educa en el mismo.

Un pueblo desatado en la barbarie, si bien las autoridades deben actuar para frenar el hecho, lo que también debería pasar es demostrar que sí les importa el rábano; es decir, fijar atentamente la mirada hacia la falta de oportunidades que demanda un pueblo, no mal educado, sino al que se aparenta educarlo hasta en inteligencia emocional, porque quemar a un hombre vivo -  si no nos hemos dado cuenta, y así haya sido un solo hombre - es la peor de las muestras que debe conllevar a entender que el rábano sí importa, sino quemar a alguien vivo será malentendido por las generaciones próximas que "todo se vale" si lo que quiere o antoja es demandar algo a los demás que, también malentedidamente, lo cree un derecho absoluto y exclusivo.