jueves, 3 de septiembre de 2015

¿Por quién votar?
En cualquier momento arranca la campaña electoral rumbo al sillón presidencial 2016 – 2021, si es que no arrancó ya.

Desde que gozo del derecho a votar, no le atinco a candidato alguno convertido en gobernante que haya gobernado para el pueblo, y con el pueblo no digo a los que menos tienen, sino a todos en sí los que constituimos la nación peruana.

Para otros que no son parte de esta nación está visto por los mismos que aquí “se la pueden llevar fácil”, más si ven como el peruano abusiva y egoístamente  quita de la boca el pan a sus propios compatriotas.

Nunca olvido mi participación en apoyo a un cierto candidato a una alcaldía distrital. Esa vez apoyé con el dictado de clases gratuitas de nivelación académica en el local del partido, e incluso involucré a mi hermano menor para lo mismo. Estaba ingenuamente tan entusiasmado que en otros momentos apoyaba a los transeúntes y posibles adeptos electores en el servicio gratuito de ubicación de mesas y lugares de votación; debiendo aclarar que no soy tan viejo, pero en ese momento no había aún el internet a domicilio y demás tecnología.

Mi ingenuidad había caído en creer que si el candidato ganaba, tendría un trabajo propio a mi profesión de educador, y de esta manera seguiría apoyando ya no con simples clases gratuitas de nivelación académica, sino a otro nivel de servicio a la comunidad. Nunca condicioné mi apoyo. Tampoco, nadie nunca me confirmó lo que creía pasaría conmigo laboralmente. Aun así, ahí estaba apoyando.

No se me daba más acceso o cercanía al candidato mayor a la del saludo cuando éste en una oportunidad se acercó a agradecernos a mi hermano y yo por el apoyo dado. A pesar que mi interés radicaba en el campo educativo, no supe, ni pregunté cuál era la propuesta en educación y cultura. Tampoco, se me dijo o informó de algo al respecto. Aun así, ahí estaba apoyando.

Todo era un incesante correteo de acá para allá y de allá para acá. Lo que menos importaba era el plan de gobierno, y no sé si lo tenían. Se corría para ganar adeptos, electores que votaran por ese candidato. El local era una casa en esquina que andaba deshabitada, y esa vez en aquella campaña estaba toda pintada externa e internamente de los colores del partido. Todo era prestado por los colaboradores. Traían muebles, mesas, sillas, cuadros y hasta adornos de sus propias casas. - ¿Era un real desprendimiento?, ¿creían en lo que yo creía? - No sé. Aun así, ahí estaba apoyando.


Y llegó el día en que todo se aclaró: el día de las elecciones. Nunca olvido que al dársele por ganador al candidato, éste dejó de ser el mismo en todo el posible mal sentido de la palabra. Pero, lo peor fue que la gente que lo rodeaba de cerca se hinchó no sé de qué, que ya era autodenominada gente importante. Incluso me fue imposible saludar al candidato ganador, ganándome hasta un empujón de quienes se habían convertido casi oficialmente en su seguridad personal. No me dejaron. Opté por mirar de lejos. Llegó al local una camioneta cargada de cajas de cerveza y hielo. Llegó otra con un enorme equipo de sonido. De pronto, se oyó que al no ser oficial la cuenta de votos, quién había quedado segundo pasó a ser primero, y ya era oficial. La gente desapareció. Las camionetas dieron media vuelta y arrancaron. Finalmente alguien apagó las luces del local y lo cerraron, mientras yo seguía mirando de lejos.