domingo, 16 de julio de 2023

“LA ESCUELA NO PARECE SER MÁS EL SEGUNDO HOGAR”

 

No sé cuándo, ni quién puso en boga aquello de que la escuela era el Segundo Hogar. Pero, si sé que parecía funcionar como tal, en el sentido aquel de encontrar, fuera de casa, a otras figuras adultas con carácter paternal y amical, repitiendo los mismos y tantos consejos y advertencias que solemos oír los hijos de los padres acerca de la importancia del estudio y el saber comportarnos como muchachos de bien. 

En la escuela te ponen a un tutor o tutora al frente del aula y/o sección – otras hasta un “cotutor” – a quienes los suponemos distintos al común profesor de curso, asignatura o área curricular. Y, al parecer, designados sin otra mayor preocupación que cumplir con la norma. Pero, hay algo que la escuela sigue pasando por alto o dando por hecho, y es que – en primer lugar – no debería dejar suponer, sino hacer saber, tanto a los estudiantes como los padres de familia: quién es la persona con el encargo de tutor o tutora, qué es serlo y que autoridad le es otorgada. En segundo lugar, y vista la realidad que se tiene enfrente, la escuela debería mostrarse con mayor preocupación siempre que, directa e indirectamente, estuviera dando por hecho que el profesor, con la sola condición de padre o madre, se lo suponga un buen tutor o tutora. Al respecto, consideremos el hecho de que los padres de familia aprenden a ser padres en la marcha; entonces, y en lo que pueda estar comprendida la comparación, dicha condición no garantizaría la calidad del tutor o tutora. Lo que deben hacer las escuelas es innovar su gestión con la propuesta de un plan de autoformación de profesores en calidad de tutores. De ese modo, hasta sus “escuelas de padres” serían interesantes y de gran acogida.

Los tiempos son otros, pero los educadores no debemos permitir que los resultados de la educación sean contrarios al buen nivel de enseñanza y aprendizaje, a las buenos hábitos y costumbres y al don de gente.

Hoy, se sabe de la fragilidad y las posibles amenazas en la que se ve expuesto el profesor ante el uso de su autoridad sobre los estudiantes, pero la escuela – ni, aun así – debe dejar de ser el Segundo Hogar.      

El simple hecho de poner tutores en las aulas no creo le haya bastado a la escuela para alcanzar el reconocimiento de Segundo Hogar, y sí creo que la escuela fue reconocida como tal porque, además de ser el recinto del saber, el profesor podía ser apreciado por sus alumnos tan igual como un padre o madre por sus hijos. Lo que da a entender que la labor docente se extendía a mayores preocupaciones que el dictado de clases. Definitivamente, sin extremos y de mutua reciprocidad, y eso se supone lo sabe hacer la escuela porque todo quehacer educativo es intencional y se debe previamente a planes. 

Desde que el hombre se educa se lo entiende más humano, mejor persona y buen ciudadano. Lamentablemente no es la generalidad, sino la excepción, y eso está pasando porque la escuela no parece ser más el Segundo Hogar.

En el presente año, se les ha propuesto a las escuelas orientar su gestión en base a su autonomía e innovación; por tanto, no solamente el balón ha sido puesto en su cancha, sino se espera que no se patee por patear.