Cualquier
opinión sobre la labor docente siempre será favorable porque a la misma le es inherente
la dedicación, el esmero, la preocupación y todo cuanto la valora y, sobretodo,
la diferencia de cualquier otra labor al servicio de los demás. Lo que implica
que quienes la ejercen no hacen otra cosa sino actuar con tal dedicación,
esmero, preocupación y todo cuanto haga de su labor digna del aprecio y
gratitud. Aquí, no cabe mención monetaria, ni escalas, ni condición contractual
u otras, porque la labor docente, en sí, no se sujeta a ninguna otra condición
que no sea la vocación de servicio.
Sin
embargo, existe en paralelo a la opinión favorable una contraparte que – como va
la cosa – desmerece, no sólo la labor docente, sino el título de profesor.
-
¿Culpa de qué o quién?
Pues,
aunque para algunos cueste aceptar la búsqueda de culpables, corresponde
identificarlos porque sí los hay, y aunque parezca increíble buena culpa la
tienen quienes la ejercen.
-
Mamá, en mi salón de clases se armó tal alboroto entre mis compañeras que
terminó dejando infelices a muchas. / - Dibujamos todo el día. La profesora no
vino./
-
Hay un niño que no me deja en paz. Todo el rato me molesta. No quiero ir al
colegio. / - No revisó la tarea. / - El profesor no me hace caso. / - ¡No, la
profesora dijo que lo hagan como ella dice! / - Ni revisó mi trabajo. / - Otra
vez faltó. / - Sólo hicimos eso. / - La profesora no sabe mi nombre. / - El
profesor huele mal. / - El problema es de casa. / - ¡Esos chicos son imposibles!
/ - Ya hemos hecho de todo. / Etc.
Del
otro lado, buena culpa también la tiene el padre, la madre o cualquier otro adulto,
viviendo bajo el mismo techo de los aprendices, que no educan o, equívocamente,
creen educar en los extremos de la “sobreprotección” o “abandono” del aprendiz en
el sentido de que sea quien se eduque a su propia “interpretación” de la vida.
Cada
quien es responsable, y obedeciendo a la vocación – de un lado – o al amor por
los suyos – del otro lado – debieran obligarse a educar y formar a la niñez y
adolescencia en lo que vaya permitiéndoles reconocer y rechazar las maldades
que nos agobian, así como aprender a incursionar u obrar por el bienestar
personal y colectivo con sus saberes (conocimiento) y saber hacer y saber ser. Que, “no se salgan con la suya” quienes están
queriendo el “divorcio” definitivo de quienes educan tanto en el Primer Hogar como
Segundo Hogar porque no hace sino dividir y discriminar a la población en poca
gente educada y mucha gente mal educada, así es fácil ganarle el voto a la
mayoría para que se siga gobernando para unos y no para todos.
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