De la travesura al delito
Los noticieros, y sus noticias, nos escandalizan cada día con tanta exhibición de delitos por doquier. Pero, de ahí a que los escolares sean el centro de tales noticias, nos espanta y asusta porque se los supone el futuro de la sociedad. Entonces, el asunto se torna grave, y es cuando el gobierno de turno (poder ejecutivo) y congresistas (poder legislativo) deberían obligarse a dar cuenta sobre lo pobre o precaria de su gestión, porque no funciona o funciona mal.
La población, entre tanta, la
adolescente en edad escolar – salvando excepciones - está asimilando los malos
ejemplos de los adultos, no solo como actos comunes y corrientes, sino replicándolos
en cualquiera de sus espacios de convivencia. Lo que no podemos permitir, sino
será el delito lo que reemplace a la chiquillada o pillería ingenua y candorosa
con la que se describe la travesura propia de niños y adolescentes.
La obligación de dar cuenta
sobre sus posibles malos ejemplos también recae en la familia y se extiende hasta
la escuela, porque atañe a todos quienes educan. Así como en quiénes son los
responsables de la política y los lineamientos de la educación básica escolar.
A nivel familiar y escolar,
todo eso posible y malo ocurriendo en los hogares y las escuelas – nuevamente
salvando excepciones - no es simple casualidad ni espontaneidad. La familia y
la escuela están entrelazadas en una razón de causa y efecto. Entonces, si la
política educativa no integra, sino enfrenta, la familia y la escuela seguirán justificándose,
culpando una a la otra.
En el hogar, se requiere de
padres presentes en la vida de sus hijos (aunque no convivan bajo el mismo
techo). Describiéndose esa presencia en el interés y preocupación del padre o
madre por servir de buenos ejemplos para sus hijos, y por lo que ellos asimilen
el aprendizaje de capacidades y valores con los cuales crezcan, se desarrollen,
surjan y compitan sanamente en sus vidas. Asimismo, se requiere de padres que dejen
educar a quienes tienen el profesionalismo y encargo de hacerlo.
En la escuela, son principalmente
los adolescentes, quienes le han ido perdiendo el temor a las llamadas de
atención verbal o anotadas en una esquela o cuaderno de control. Le han perdido
temor a sacar malas notas en el examen, a reprobar un curso o asignatura, a que
se le cite a su padre o madre al colegio por reiteradas conductas impropias.
Incluso, hasta a la posible repitencia o separación de la institución. Pero,
nada de aquello por causa de ser otros tiempos, sino por un modelo educativo –
implantado desde hace más de dos décadas en reemplazo del modelo tradicional – habiendo
malinterpretado extremadamente que tales asuntos son atentados en contra de los
derechos y autoestima del niño y adolescente. Entonces, ya ni siquiera por esos condicionantes
el estudiante se ve sujeto a la reflexión u obligado a reparar en sus conductas,
comportamientos y actitudes de mejora personal y respeto hacia los demás. Tampoco,
a la responsabilidad de asumir las consecuencias de sus actos, a preocuparse
por su bienestar propio o interesarse por sus estudios. Lo que no quita la
capacidad profesional de los docentes de saber motivar, con distintas
estrategias y técnicas, a sus estudiantes sobre todo aquello. Sin embargo, nadie
podría negar el tratamiento de casos justamente por los que se han prescrito
los reglamentos, las normas y las leyes, a modo de prevención, regulación y
control sobre la conducta y comportamiento del hombre, a cualquier edad y en
cualquiera de sus espacios de convivencia.
A todo nivel están prescritos
los reglamentos, las normas y las leyes, comprendiendo tanto el derecho como deber.
Pero, el error que se viene incurriendo al respecto, y este desde la primera autoridad,
no solo es cuanto a la sobrevaloración de los derechos – pareciendo despojar a
cualquier sujeto de sus deberes -, sino en cuanto a esa especie de omisión -
vuelta casi una alcahuetería -sobre la malinterpretación, aún no aclarada a la
toda la población, y por la que muchos vienen actuando sin reparo, ni advertencia,
ni remordimiento de lo que hacen, justificándose en el ejercicio de sus
derechos, aun estos sobrepasen y hasta pisoteen el derecho del otro. Entonces, y
sin quitar la parte de culpa que les toca a los malos docentes, es cuando nos
espanta enterarnos de estudiantes amenazando con un arma de fuego sobre la
cabeza a su profesora. A otros, y de “colegio de paga”, comercializando fotografías
de desnudos con los rostros de sus compañeras de clase. Ni que decir del imperante
bullying escolar, con casos extremos de agresión psicológica hasta por el cual sus
víctimas han optado por el suicidio. Recientemente, a una estudiante
desfigurándole el rostro de la compañera con una cuchilla. Y, en lo que está
vuelta una mala conducta y comportamiento – común y corriente - de muchos adolescentes,
sin posibilidad, ni respaldo de las autoridades de aplicar los correctivos,
cuando deciden negarse a cumplir cualquier mínima indicación del docente en clase,
bajo su simple argumento de no darle la reverenda gana de obedecer.
Hay que ponerle un alto, y en
buena parte funciona aquello de que basta con el ejemplo, solo así muchos
podrán entender que si no hace eso de malo que se le pueda estar ocurriendo no
le pasará lo mismo a quien ya fue sancionado por lo mismo.
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