A inicios del ejercicio
docente se me obligó a participar del pantallazo. Aquel que debía mostrarse en
público para satisfacer o agradar a quienes también se conformaban con todo lo
que se le apantalle frente a sus ojos, oídos, gusto, tacto y olfato.
El
pantallazo exigía enorme trabajo y el doble de esfuerzo porque había que mostrar
lo que débil y precariamente “se hacía”
o, en el peor de los casos, “no se hacía” en la escuela, pero obligatoriamente
tenía que mostrarse para apantallar a las autoridades educativas.
Con
la ocurrencia de “Olimpiadas”, “Expo-Ciencias”, “Feria Gastronómica”, “Concurso
de Ambientación”, “Festival Folclórico” y demás, estábamos obligados a apantallar
una muestra, a modo de resultado, de una supuesta habitual práctica docente en
la escuela, y que no ocurría en la realidad.
Ya
me pesa a mí tan sólo recordar el peso de la carga puesta sobre las espaldas de
los profesores al tener que apantallar tantas “ocurrencias de cumplimiento
obligatorio” en un mismo año escolar y, además, con repetición de año tras año.
El
pantallazo se ha vuelto una práctica habitual en las escuelas. No en todas,
pero si en las que basta observar a niños y adolescentes repitiendo de memoria vagos
discursos de ciertos temas de lo que conscientemente no tendrían ni idea. Del
mismo modo, mirando a otros moverse en desorden sobre un espacio, pero no
danzar. De igual manera, cuidándose un ambiente que después del concurso al que
estuvo sujeto, brillará por su descuido o abandono total. Y, ni que decir, de
las exigencias en la presentación personal del alumno, mobiliario y demás, que se
terminan justamente cuando acaba cualquier presentación oficial. Es decir,
apantallándose un saber, hacer y ser, que no ocurre en la realidad.
En
las escuelas públicas se vive a sobresaltos porque no se les deja ejercer la
autonomía. Son tantas las disposiciones de la UGEL, DRELM o MINEDU que, en su carácter
obligatorio con las que se impone, no deja ejercer la autonomía institucional en contradicción a lo prescribe la propia Ley
de Educación. Se ha sembrado en el profesorado el miedo a la “evaluación”, “supervisión”
o “acompañamiento”, bajo la política del “cumples o te friegas”. Es así, que ya
nadie reflexiona, sólo obedece.
Han
pasado años desde que me inicié en el ejercicio docente, y aún se obliga al
pantallazo. Si se quiere hacer las cosas distintas al pantallazo, te descalifican
por “rebeldía” u oposición a lo que “no se estila”. No se quiere a nadie piense
distinto, así la propuesta de ese alguien sea la de empezar a trabajar por
hacer trascender a la escuela fuera de las cuatro paredes de las aulas.
El
pantallazo está arraigado. Es una lástima que hayan profesores especializados
en el pantallazo, y peor si éste ha de servir para apantallarse él o ella en sus
propósitos personales que traiga en mente. El año escolar está próximo a culminarse,
pero queda aún el pantallazo del II Día del Logro, ahí veo corriendo presurosos a
uno y otro profesor...