miércoles, 25 de marzo de 2015

“Sigo madrugando, y aún… Dios no me ayuda”



Soy madrugador y quien despierta al gallo para que se ponga a cantar.

Desde siempre, no se me ha hecho difícil ni pesado levantarme temprano. Me gusta madrugar. Por eso, enrolado al mundo laboral, nunca llegué con tardanza.

Reza el refrán “a quien madruga, Dios lo ayuda”, pero desde que unos inescrupulosos dieran rienda suelta a sus peores instintos de supervivencia laboral, y me despojaran del cargo, hasta hoy sigo madrugando rogando a Dios me ayude.

No sé si para todos, pero sí para quienes se forjan una destacada trayectoria profesional le es merecida la oportunidad de postularse o desempeñarse en plazas laborales de mando y/o alta responsabilidad, y no hablo de haber sido y/o querer ser presidente, ministro, congresista o demás, sino de las jerarquías propias a cualquier profesión.

Me hice profesor, y no olvido mi esencia. Sin embargo, esa misma, ligada a una destacada competencia del conocimiento, potencialidad y comportamiento humanizado, motivó las oportunidades, y con ésta las responsabilidades, que me fueran delegadas para liderar la tarea educativa en distintas instituciones educativas. Es así, que, en gran parte, mi trayectoria profesional se construye y sustenta de la experiencia en la gestión educativa.

Las plazas de “director”, “subdirector”, “coordinador” o “asesor”,  son casi escazas  en el mercado laboral del sector educación. Quien la ostenta se obliga a hacer gala de su competencia profesional. Hecha la gala, se puede aspirar a conservar el cargo o atreverse a buscar uno similar o superior si la oportunidad está dada en otro lugar. Pero, es inconcebible que quien no la ostente, sino la aspire, pueda atreverse, cual demencia, a maquinar todo posible acto lesionador de la trayectoria profesional de quien lo asume su enemigo. Peor, es aspirarlo sin mayor sostenimiento técnico pedagógico que su antigüedad en el trabajo. De sumo peligro, despojar a alguien de su cargo porque no es “tradicional” sino “innovador” en la tarea por elevar la calidad del servicio educativo.

Casi a medio mes del primero de un nuevo año me dejaron sin trabajo. Qué difícil es conseguir uno; más, si, como dije, es casi escaso en el sector educación. Pero, la lesión va más allá porque se ha mal concebido una idea sobre el trabajador cuando a él o ella no se lo renovó en el cargo anteriormente desempeñado. Más que difícil, ni la verdad es capaz de convencer a los posibles evaluadores de un proceso de contratación.

Hasta donde sé el cargo le sigue haciendo provecho aunque por éste no se haya distinguido o subrayado algún mínimo rasgo de calidad educativa.

No soy hombre de revanchas. Y, Dios si me ayuda. Lo que ando buscando es volver a trabajar en lo mío, y eso es ponerme al servicio del acompañamiento pedagógico de los profesores y de los padres de familia en una real y significativa tarea formativa y educadora de la niñez y adolescencia.

Mientras tanto, sigo madrugando para entrenar y prepararme para cualquier reencuentro.

                                                                                                            Edgar Andrés Cuya Morales
                                                                                                                                              Pedagogo                        
                                

                

martes, 24 de marzo de 2015

¡Quiero mi casita, pero no a capricho de otros!


Ya me tocó. Sí, me tocó lidiar con un par de “arquitectas” de quienes debo cuestionar su calidad profesional, no sólo por la actuación y conducta antagónica a la esencia artística de su profesión,  sino por su despótica práctica de autoridad para “aprobar” o “desaprobar”  diseños arquitectónicos de proyectos inmobiliarios.

Esta vez, y no sé si antes por no haberme “tocado”, el Colegio Profesional equivocó su selección de integrantes de una Comisión Técnica. Y, vista la función delegada, no cabe duda que posee alta responsabilidad sobre quien lo representa. Entonces, le digo al mismo que, tomando en referencia a esas dos señoras, no vuelva a dejarse sorprender documentaria y/o verbalmente. O, en otra medida, entrénese a los posibles futuros seleccionados en el desarrollo de capacidades y actitudes que no les permitan distorsionar el sentido de autoridad delegada. Del mismo modo, a no alucinar superioridad de competencia profesional por sobre otros profesionales de la arquitectura, debiendo admitir la opinión, el debate o la discusión técnica sin consecuentes “ojerizas” sobre un determinado proyecto y/o profesional.

Ocurrió que, si a esas señoras algo no les parecía “bien” o “bueno” acerca del proyecto, y sin oír razones o desplegar sus buenos oficios, sólo atinaban a imprimir su “Desaprobación”. No lograban entender que su cargo no les daba autoridad para disponer o rehacer “mis espacios” a preferencias y gustos de ambas, sino a su intervención vigilante del cumplimiento de las normas técnicas inscritas en el Reglamento Nacional de Edificaciones. Por otro lado, a orientar o sugerir posibles opciones de diseño arquitectónico, siempre y cuando, su intervención proporcione mayor y/o mejor confort, funcionalidad o estética arquitectónica al diseño en proyecto. Pero, ello no pasó. En el colmo, ambas señoras se atrevieron a menospreciar hasta los detalles estéticos que habían sido considerados en la fachada. Justamente aquellos propuestos para no romper, según la norma, con la armonía arquitectónica de las demás viviendas, no sólo aledañas al proyecto, sino a la particularidad histórica del distrito. Me obligaron a “sacarlos”, bajo un argumento ni técnico ni profesional, y sí enteramente caprichoso y abusivo. Visto el caso, quedaban dos opciones. La primera, rehacer los planos a preferencia y gusto de las señoras. La segunda, convertirme en uno más de los muchísimos que construyen a espaldas de cualquier previo trámite de licencia. Comprendo ahora por qué tanto desorden urbanístico.

Sin ser arquitecto, sé que la arquitectura es el arte y la técnica por la que se diseña la transformación de los espacios donde se desenvuelve el hombre para confort, funcionalidad y valor estético.

Sin ser abogado, sé que proyectar una edificación se sujeta a las leyes y sus reglamentos en todo cuanto éstas prescriban, pero, también, “en todo cuanto no lo prohíban”.

Entonces, al Colegio de Arquitectos del Perú, les solicitaría hacer reflexionar a sus comisionados al respecto.                             
                                                      
                                                                                                          Edgar Andrés Cuya Morales

                                                                                                                       Pedagogo           

sábado, 21 de marzo de 2015

¡Anda pe… súbete a mi moto!



Reza un dicho popular “de gustos y colores no han escrito los autores”. Tal vez, por éste se valide la transformación de simples mototaxis en vehículos bastante extravagantes y, además, bulliciosos cuales discotecas ambulantes. Sin embargo, lucirse por las calles no garantiza que todo va acorde con el ejercicio de la libertad o el acatamiento a la ley porque en este país estamos a punto de creer que la convivencia en sociedad anda retorcida.

Pero, el tema en opinión no se basa en el color, líneas, dibujos, luces, sonido o elementos decorativos con los que se suelen transformar a las mototaxis en vehículos con cierta apariencia espacial, sino en sus mal vistos conductores. Sí, en aquellos jovencitos, en su gran mayoría, que han hecho del manejo de la mototaxi un medio de vida, no exactamente para subsistir, sino para desatar el desorden vehicular, exponer a otros al peligro de muerte, cometer actos delictivos, hacerse las posibles víctimas en un accidente, competir en las pistas cual vehículo motorizado de cuatro o más ruedas, y demás, habiéndose perdido el sentido de su servicio, sobretodo, en zonas urbanas. No quisiera generalizar, pero son tantas las deficiencias en el servicio que resulta difícil referir que se traten de casos poco contados o inusuales conductas inapropiadas sólo de algunos de sus conductores.

“Si no se tiene autorización para hacer algo, buscamos sacarle la vuelta”. Y, eso es así por idiosincrasia, pero su remiendo es la formación y educación. Entonces, sucede que la ausencia del remiendo es capaz de conducirnos a niveles donde creemos que todo está permitido, todo se puede, todo se disculpa, todo se compra o vende, etc.; claro está, hablando en el sentido de los actos negativos. Por eso, no me canso en decir que quienes tienen alguna autoridad sobre este país, se obligan prioritariamente a educar y/o reeducar a a la población porque somos testigos, y si aún no le tocó, posibles víctimas de la barbarie devenida de una ciudad cuyos sujetos, en mayoría y sin distinción de sexo, se están rigiendo por la ley del más fuerte, más avezado, más corrupto, más desleal, etc.

Muchos piden más leyes, otros dicen que las leyes existen y sólo habría que hacerlas cumplir, pero yo les digo a quienes dirigen nuestros destinos como país que quienes no pertenecemos a esa selecta sociedad que se luce con sus puestos de trabajo, casas en playa, abarrotados coches en los supermercados, costosas escuelas o universidades, etc. que somos en mayoría los que no gozamos de esos privilegios, entonces urge la atención inmediata porque no sólo estamos mal económicamente, sino cayendo en la pobreza formativa y educativa.

Continuará…



                                                                                                           Edgar Andrés Cuya Morales
                                                                                                                            Pedagogo          
                                 

             

COMPROMISOS E INDICADORES DE GESTIÓN ESCOLAR… ¡Dale con lo mismo!



Una escuela pública puede no tener la atención efectiva y eficiente del Estado y, bajo esa condición, tener que albergar a una niñez y adolescencia en extrema pobreza, y no por eso expira su deber o se aleja del mismo quien se hizo y es un maestro de escuela, porque la esencia de serlo yace en su vocación de servicio. 
Entonces, si a este extremo no se pierde la vocación ni el deber del cual se motiva, entonces habría que preguntarle a las autoridades de este sector del Estado porqué se lo obliga ahora al cumplimiento de “compromisos” - por cierto, nada nuevos ni alentadores de la esencia del servicio, y más - si antes no se quiere oír para saber que deben corregirse los errores técnicos pedagógicos que se arrastran y se mantienen desde la imposición de un modelo educativo que, no sólo atropelló en contra de la educación tradicional - mal llamada obsoleta - sino que sigue siendo discordante con su incesante profeso sobre autonomía, diversificación curricular y demás. Hay que dilucidar la desorientación pedagógica provocada en el magisterio, empezando por hacerles entender a los dizque “especialistas” pedagógicos del Ministerio de Educación que no por más “competencias” y “capacidades” verbalizadas y enumeradas en un papel, se está educando en una pedagogía constructiva, activa, moderna o, "comercialmente" dicha, a la altura de las exigencias de un “mundo globalizado”. La mayor y mejor evidencia está en los resultados del día a día, sino porqué tanto atraso, retraso y regresión del saber, del hacer y del ser de los escolares egresados del sistema educativo público.
¿Y ahora qué? – Es la pregunta, entremezclada con preocupación, desaliento, hastío y hasta pavor, que se hacemos los profesores, y la que nos la venimos haciendo desde que la obligatoriedad, de raíz y sopetón, a no pensar en “objetivos” sino en “competencias y capacidades”, a no evaluar cuantitativamente sino “cualitativamente”, a no sesionar una clase sino a redactar una lista de “momentos”, a no pararse delante de los aprendices sino en cualquier otro lugar, a no calificar con un lapicero de color rojo sino de cualquier otro color de tinta que no imprima “severidad” o "ataque la autoestima", a no elaborar pruebas - como las sigue haciendo - sino como no se sabe hacerlas porque hasta el momento no se les enseña de otro modo, a no decirle al alumno que algo hizo mal sino a “felicitar” lo que pudo hacer - así esté mal - a no desaprobar a nadie sino a sobrevalorar sus logros... En fin, todo aquello que pudo ser interesante o revolucionario, pero que al extremarse, sin reparar en la idiosincrasia, psicología, realidad, costumbre o como quiera llamársele, y por la que solemos inclinarnos hacia lo provechoso de algo antes que a su obligación, sigue acentuando, lo que he llamado “la desorientación pedagógica” porque no hay ni habrá “capacitación pedagógica” si todo cuanto hay que cumplir en “papel” o “en una supervisión de clase” está quedando ahí sin trascender a otros espacios y momentos.

Continuará…

                                                                                                   Edgar Andrés Cuya Morales
                                                                                                              Psicopedagogo     


lunes, 16 de marzo de 2015

Ni hablar



Oyéndolo hablar, refutar y sostener su postura al principal representante de la reclamada unión civil, parece que no se puede hablar del tema porque al toque te clasifican radicalmente en su contra o a favor, no habiendo ni permitiéndose otra opción. Lo que resulta totalmente injusto, ¿no es así? Y, sobre todo, por quienes gritan a viva voz, grave de hombre o aguda de mujer, no los derechos civiles de uno u otro sexo, sino del que se ha impuesto o gravado en la sociedad como la otra opción sexual, y a la que le están reclamando la adscripción particular de derechos civiles. Entonces, a pie de lo que se oye en sustento de un derecho, también debería obligar al respeto de quien pueda hablar u opinar distinto sin calificarlo de homofóbico.

No me deja de sorprender la enorme cantidad de jovencitos y jovencitas declarados en la nómina, y cómo viejos afiliados, por así llamar a los de edad distinta, se muestran públicamente no sé si en afán de incitar una lucha donde está visto que el beneficio no es para todos sino para unos cuantos; más, si sabemos cuál es la realidad socioeconómica y patrimonial de la mayoría en el Perú. Por lo que, cabe preguntarse si esa enorme juventud sabe si su declaración de homosexualidad debe a su descubrimiento natural, a la incitación o, simplemente, creen serlo porque otros lo hacen o les dicen que son. Es prudente recordar a la juventud que todo acto debe impulsarse de sus propias decisiones, y que por éstas son los únicos responsables cualquiera sea el escenario que deba afrontarse a consecuencia de las mismas. Del mismo modo, cabe otra pregunta ante la fragilidad con la que nos dejamos convencer para afrontar luchas ajenas o dar el voto a quien no ha podido aún empezar a radicar tanta pobreza extrema dando más oportunidades de educación de calidad y trabajo decente y por lo menos remunerado acorde a la canasta básica familiar.                            

Muy aparte, preocupa, así como van las cosas, saber si más adelante habrá menos familias, menor descendencia y más heterosexuales, hombre o mujer, en consecuente soltería. Preocupa también, que en un futuro inmediato, los que vienen detrás en edad, niñez y adolescencia, sean obligados a ser espectadores de tantas conductas ajenas a su formación integral, y consecuentemente reavivados, incitados o estimulados, no sólo a dudar de su naturaleza sexual, sino a experimentar o generar otras opciones de sexualidad, porque nadie puede negar que se busca la mínima aceptación legal para desbordarse en actos públicos no comunes ni propios a la naturaleza humana como hombre y mujer que convive en sociedad.

                                                                                                  Edgar Andrés Cuya Morales

                                                                                                                    Pedagogo         

sábado, 14 de marzo de 2015

¿No hay quién los pare?


¿Alguien, en sano juicio, se atreve a llamar “expresión artística”, “capacidad comunicativa” o “libertad de expresión” a ese aparecido pintarrajeo de fachadas de viviendas y negocios? – Definitivamente, ¡No! Y, de haber quien pueda excusar tal barbarie, sin duda habría que ponerlo a lijar y pintar.

Una vez más, y sin cansarme en decirlo, entiéndase que quienes representan alguna autoridad en este país se obligan a limitar esa desbordada proclamación de derechos devenidos en su malinterpretación, a tal punto, que, dígase “cualquiera”, se siente en capacidad para decir y hacer, no sólo lo que le venga en gana, sino para atentar en contra de los derechos de los demás sin reparar en lo distorsionada que pueda ser su idea o concepto de convivir en sociedad. Y, llevado al plano educativo, no voy a cansarme en decir que la niñez y la adolescencia por ser el futuro más inmediato de la sociedad, están cada vez más afectados por quienes debiendo mostrarse cual modelo de vida están más bien necesitando de una reeducación, tal vez, no sobre materias o áreas curriculares, pero sí obligatoriamente en valores, hábitos y costumbres, cultura, conciencia ciudadana y todo lo que pueda ayudar a frenar la desevolución del hombre; es decir, de regreso a la barbarie. Continuando en el plano educativo, y sin necesidad de estadísticas sino a sola prueba de lo que se ve y ocurre a diario en este país, considérese el caso de que los actos dolosos o la barbarie de un menor provienen, en su mayoría, de la indiferencia y posible consentimiento de quienes se les ha adscrito la condición de padres; entonces, ¿hay o no urgente tarea por reeducar y limitar el desborde proclamado de derechos?
  
Cuándo se terminará con la inequívoca imposición de “diseños” que a ciertos “genios” del sector educación, sin oír ni recoger opinión de quienes pueden saber y aportar más al respecto, se les ocurre copiar, sino remedar, modelos pedagógicos de realidades tan, pero tan distantes y distintas a la de cualquier escuela, alumnado y profesorado del sector público, que no hace más que seguir dándome razones para llamar al inicio de cada nuevo año escolar como el período de la “desorientación pedagógica”. Ahora, se imponen “rutas”, “mapas” y, con cuidado, porque no se juega con fuego al quererse imponer el uso de las “tics” cuando lo real es que, en su gran mayoría, el profesorado no ha nacido con la tecnología a la disposición en la hoy se encuentra.

Volviendo al principio, para qué tanta propaganda de cámaras en las calles, para qué tanto sereno o para qué tanta promesa de quienes se postularon a un cargo público proclamando “ser el cambio”, si las fachadas siguen amaneciendo pintarrajeadas. No sé si cualquier día de estos tendría que amanecer pintarrajeadas las paredes de las municipalidades o del propio Ministerio de Educación para prestar atención a lo que ocurre en la realidad porque en referencia a este último citado sector habría que decir al Ministro y a su equipo que no se vayan tan alto cuando publicitan “Rumbo a la nota más alta”, ya que acá abajo ni los han visto ni oído.            


                                                                                                        Edgar Andrés Cuya Morales
                                                                                                                  Pedagogo

¡y… NADA!


Muchas veces me pregunto de dónde salen “frasecitas” que inmediatamente la mayoría de adolescentes y jóvenes suelen repetir por repetir sin importarles desbaratar el posible sentido, de su posible creador o quien lo dijo primero, a la hora de hablar. Por ejemplo, “¡y… nada!”. Sí, esta misma que lejos de dar por entendido el final de un tema hablado, sólo deja ver la fragilidad con la que nuestra adolescencia y juventud puede ser enrolada al campo del antojo o dominio de lo que otros quieren que digan o hagan.

No puedo negar que quienes fuimos adolescentes y jóvenes, también imitábamos o repetíamos las tendencias, estilos y modas propias de la época, pero no llegó a pasar lo que lamentablemente está ocurriendo con los adolescentes y jóvenes de remedar lo que dicen y hacen estos nuevos personajes televisivos mal llamados “ídolos”, y a los que sin mediar reparo alguno se les celebra sus escándalos, groserías, agresividad e ignorancia.

“Me arrepiento”, “pido disculpas”, “lo hice sin pensar”, “voy a dar todo de mí”, “todos tenemos derecho a una segunda oportunidad”, etc., eran expresiones del lenguaje formal y, ahora, convertidas en frases cliché al haber perdido el sentido expreso de su valor semántico, connotativo o como quiera y corresponda llamársele. Ocurre que quién puede creer en el sentido real de estas expresiones si se dicen por doquier y sin pensar porque se repiten cual reacción automática ante tanta reincidencia de “metidas de pata”, errores y faltas graves de conducta con las que se sostiene el rating de algunos programas televisivos dizque de “competencias”, y que han embelesado a una gran mayoría, sino toda, nuestra adolescencia y juventud. Y, es justamente lo que también remedan en los roles de su vida diaria.

Escuchaba hablar a un grupo de adolescentes, y por un momento sentí que me hablaban en otro idioma o, en el colmo, de temas totalmente irrelevantes y superfluos al oír su enorme preocupación y opinión por el estado emocional de una fémina combatiente y su posible relación amorosa con un extranjero. Y, les aseguro que no se trataba del hecho de que soy, en edad, un “tío” para ellos,  que no estoy en su onda o que no he visto estos programas, sino la incapacidad para expresar por completo frases u oraciones usadas en su diálogo.             

“¿A dónde iremos a parar?”, dice la letra de una reflexiva canción. Entonces, al saber que se persiste en la indiferencia por la formación y educación de quienes son el futuro del país, niños y adolescentes, y al ver tanto mal ejemplo remedado cual mal entendida moda o actualidad, digo que no es necesario presagiar a dónde iremos a parar porque ya estamos sobre un terreno donde sus habitantes parecieran haber “desevolucionado” de una época de significativos aprendizajes, conocimientos y desarrollo a otra llamada de inicio o de las cavernas.

¡Hum, y… nada!


                                                                                                           Edgar Andrés Cuya Morales
                                                                                                                        Pedagogo