Soy madrugador y quien
despierta al gallo para que se ponga a cantar.
Desde
siempre, no se me ha hecho difícil ni pesado levantarme temprano. Me gusta
madrugar. Por eso, enrolado al mundo laboral, nunca llegué con tardanza.
Reza
el refrán “a quien madruga, Dios lo ayuda”, pero desde que unos inescrupulosos dieran
rienda suelta a sus peores instintos de supervivencia laboral, y me despojaran
del cargo, hasta hoy sigo madrugando rogando a Dios me ayude.
No
sé si para todos, pero sí para quienes se forjan una destacada trayectoria
profesional le es merecida la oportunidad de postularse o desempeñarse en plazas
laborales de mando y/o alta responsabilidad, y no hablo de haber sido y/o
querer ser presidente, ministro, congresista o demás, sino de las jerarquías
propias a cualquier profesión.
Me
hice profesor, y no olvido mi esencia. Sin embargo, esa misma, ligada a una
destacada competencia del conocimiento, potencialidad y comportamiento
humanizado, motivó las oportunidades, y con ésta las responsabilidades, que me
fueran delegadas para liderar la tarea educativa en distintas instituciones
educativas. Es así, que, en gran parte, mi trayectoria profesional se construye
y sustenta de la experiencia en la gestión educativa.
Las
plazas de “director”, “subdirector”, “coordinador” o “asesor”, son casi escazas en el mercado laboral del sector educación. Quien
la ostenta se obliga a hacer gala de su competencia profesional. Hecha la gala,
se puede aspirar a conservar el cargo o atreverse a buscar uno similar o
superior si la oportunidad está dada en otro lugar. Pero, es inconcebible que
quien no la ostente, sino la aspire, pueda atreverse, cual demencia, a maquinar
todo posible acto lesionador de la trayectoria profesional de quien lo asume su
enemigo. Peor, es aspirarlo sin mayor sostenimiento técnico pedagógico que su antigüedad
en el trabajo. De sumo peligro, despojar a alguien de su cargo porque no es “tradicional”
sino “innovador” en la tarea por elevar la calidad del servicio educativo.
Casi
a medio mes del primero de un nuevo año me dejaron sin trabajo. Qué difícil es
conseguir uno; más, si, como dije, es casi escaso en el sector educación. Pero,
la lesión va más allá porque se ha mal concebido una idea sobre el trabajador cuando
a él o ella no se lo renovó en el cargo anteriormente desempeñado. Más que
difícil, ni la verdad es capaz de convencer a los posibles evaluadores de un
proceso de contratación.
Hasta
donde sé el cargo le sigue haciendo provecho aunque por éste no se haya distinguido
o subrayado algún mínimo rasgo de calidad educativa.
No
soy hombre de revanchas. Y, Dios si me ayuda. Lo que ando buscando es volver a trabajar
en lo mío, y eso es ponerme al servicio del acompañamiento pedagógico de los
profesores y de los padres de familia en una real y significativa tarea formativa
y educadora de la niñez y adolescencia.
Mientras
tanto, sigo madrugando para entrenar y prepararme para cualquier reencuentro.
Edgar Andrés Cuya Morales
Pedagogo