domingo, 17 de agosto de 2014

Y nos atrevemos a decir… ¡Feliz día del Niño!



“Quien no trabaja, no come”. ¿Qué tanto de cierto, riguroso, cruel o real, tiene la frase?
- Digo yo, que no tendría ningún sentido si a la niñez se quisiera hacer referencia. Sin embargo, la realidad es otra y entristece mi corazón, motivándome a levantar una voz de protesta.

Fui al mercado con la idea de comprar buenos ingredientes para la preparación de un suculento y delicioso almuerzo dominguero. Entendido está, que las compras se hacen con dinero, y éste lo he obtenido de un trabajo riguroso y esforzado. De ese que no abunda. Es escaso. Pero, no porque lo que abunde sea el trabajo fácil, sino que aquí en el Perú, no hay trabajo. Son casi nulas las oportunidades. Del poco trabajo, éste paga lo insuficiente para quedarse con hambre, sin casa, sin techo y demás.

Me hice de varias bolsas pesadas al contener frutas, verduras, abarrotes y pescado. Llegué a casa, y estando frente a la puerta a punto de ingresar, una voz tierna me hizo detener el paso y voltear. Era una niña acompañada de su mamá. Una niña ofreciéndome en venta caramelos. Una niña maltratada por su pobreza e indiferencia del Estado. Atiné a sacar una moneda y dársela, sin pedir a cambio caramelo alguno. Pero, sentí que no fui suficiente. Se me oprimió el corazón. No por pena ni lástima, sino por lo injusto que es este país. Lo injusto de sus gobernantes. Lo falso de parte o todo de un discurso presidencial por 28 de julio. Lo injusto de quienes miran, callan y siguen su camino. Lo injusto de quienes ignoran esta realidad. Lo injusto de quienes se atreven a llamarse defensores de los derechos humanos. Lo injusto de ser  egoístas. Lo injusto de no amar al prójimo.

Entré a casa. Dejé las bolsas e inmediatamente preparé un regalo para aquella niña y su madre. Lo hice rápido para evitar se pudieran haber ido lejos de la casa. Gracias a Dios, no fueron lejos. Madre e hija estaban sentadas al filo de la vereda. Me acerqué, y le ofrecí el presente a la niña. Le dije que quería compartir algo con ella, y que lo disfrutara. El regalo era una gaseosa, galletas y dulces. El corazón se me desoprimió. No fue una descarga de conciencia. Tampoco, un interés por hacerme el buen samaritano. Fue un mínimo acto de justicia para quien representa a miles de niños capaces de mantener una sonrisa a pesar de la extrema pobreza en la que les toca vivir.

¡Gracias, señor! – Me dijo.
Para mí, su sonrisa en aquel rostro angelical fue suficiente. No había nada que agradecer. No pude hacer más. Como la mayoría, tengo un trabajo poco remunerado. Pero, si puedo decir: ¡Feliz día del Niño!



Edgar Andrés Cuya Morales        

lunes, 11 de agosto de 2014

“Agua, desagüe… “

No sé si por error propio o voluntad ajena, la educación poco o nada interesa discutirse en el plan de propuestas de quienes aspiran a gobernar un distrito, una provincia o una región a razón de las próximas elecciones. Basta dar un vistazo o lectura a los anuncios de campaña para confirmar que hasta de lo más insensato o irracional puede tratarse u ofrecerse, menos de educación.

La educación, en su sentido amplio, no se ciñe a la escuela. Tampoco, a su dependencia ministerial. La educación es inherente al hombre por su condición natural de ser racional. Por su racionalidad el hombre ha evolucionado. La evolución es natural. El hombre evoluciona en las dimensiones que lo constituyen humano. El hombre evolucionado es educado.

Día a día se advierte el estado de barbarie del hombre. En nuestra realidad, cada vez es peor la convivencia en sociedad. Nadie educa, ni nadie se interesa por hacerlo. Y, de mal en peor, son menos las personas educadas. Ello, está descrito en la repetición de hechos lamentables que van desde el acto de arrojar algún desperdicio al suelo hasta cualquier otro cruel o abominable en contra de la naturaleza y del propio hombre.

Cabe insistir que se hace referencia a la educación del hombre no vista desde la capacidad inmediata para responder sumas, restas, fechas, nombres, etc., sino de aquella capaz de reprimir la comisión de cualquier conducta, comportamiento, hábito o costumbre ajena a la condición de hombre evolucionado, persona educada o ciudadano ejemplar.

No se crea ni se piense que la educación es labor de quien se hizo profesor. Quien educa más allá de las aulas se hace maestro si participa activamente en la sociedad motivado de la intención y vocación de servicio por educar. Y, no sólo quien tenga la condición de profesor puede hacerse maestro. La sociedad pide a gritos ser educada, pero por maestros.

No se oye candidato alguno que cimiente sus propuestas en incluir a la educación en la administración, obras y servicios a la comunidad. O, es acaso, ¿qué el interés seguirá siendo llegar al cargo preocupado por cómo devolverá los favores?

            
Continuará…