Que venida a menos
está la condición de ser maestro en el Perú. Soy maestro, pero si les aseguro
que no del montón. Digo no del montón porque lamentablemente ese espacio lo
ocupan un numeroso grupo de maestros con incapacidad para desmentir que su
condición no la hizo la ocasión sino su vocación.
Hoy en día hay
docentes o profesores, pero la educación requiere de maestros porque no basta
enseñar sino educar. Cuando se educa la tarea atiende las necesidades de
nuestros educandos en cuanto a su saber, hacer y ser. Pero, la atención no
queda inscrita en un papel a modo de documento de programación curricular sino
en la preocupación diaria por identificarse con sus alumnos para conocerlos al
punto de guiar sus aprendizajes, acciones y conductas que no están siempre
directamente relacionadas con un programa curricular. Cuando se está en
contacto con niños y adolescentes, la convivencia maestro – alumno obliga al maestro, por su vocación, a conocer de
su alumno cuánto sabe, no sabe, acierta, se equivoca, no controla, no comunica,
calla, se excede, quiere saber, qué lo alegra, qué lo entristece, qué mas hace,
y demás situaciones capaces de ser medidas u observables no sólo a nivel del
conocimiento sino a nivel del uso o ejercicio de su potencial a través de su
conducta o comportamiento. Penosamente, los del montón nada, no quieren saber o
no entienden lo que hasta acá puedo decirles.
Las instituciones
educativas sustentan su oferta o propaganda de su servicio educativo en la
formación integral de quienes pasan o pasarían a ser parte de su comunidad. Sin
embargo, es fácil desmentirlos porque la sociedad se abunda de hombres y
mujeres cada vez más indiferentes a lo que puedan estar padeciendo o
solicitándoles quienes tienen a su lado.
Vista la realidad en
la que convivimos, la educación de quienes son las próximas generaciones a
liderar esta sociedad, no debe bastarse de cuánto pueda medir el saber de un
niño o adolescente sobre números y operaciones o palabras y sus sinónimos, sino
de calidad humana, claro, en la que los conocimientos no se dejan de incluir.
Entonces, las
autoridades deben dejar de creer por sí mismos o por influencia de sus asesores
que el cambio de términos pedagógicos, o una posible simplificación del diseño
curricular nacional, o la inversión en una propaganda comercial para el buen
inicio del año escolar con el rostro de un personaje del mundo artístico, serán
suficientes razones para motivar y reeducar a los profesores. Nuevamente, se
equivocan. Mientras no haya apertura para entender y comprender que se necesita
urgentemente reeducar al docente en los vacíos de su formación magisterial como
modelo de vida, se seguirá inflando un globo al que le aparecen cada vez más y
más agujeros.
Aprovecho la ocasión,
ya que soy maestro y, por ende, defensor de la condición de quienes somos
colegas, para protestar y rechazar el comercial televisivo de la empresa METRO
en la que se hace mofa del rol docente en la elaboración de las listas de
útiles escolares.
¡Pobre lo maestros! Si,
pobres en el sentido de lo que aún no se nos reeduca y, a la vez, obliga. Pero
no por ello, le está permitida a otros una mofa porque en un supuesto derecho,
éste se acaba en el que le asiste no sólo a la otra persona sino al maestro.