martes, 21 de enero de 2014

¡Yo no fui…!


¡¿Quién fue?! A menudo si alguien hace esta pregunta no hay respuesta si fuera el papá o la mamá quien pregunta a sus hijos por la autoría de una travesura en casa. Pero, en el escenario de personas grandes la cosa se pone aún más seria cuando hay adultos que, como hijos en casa, no han logrado la capacidad de asumir sus propios errores, y sólo saben acusar a otros sin importar los daños que puedan causar.

Frente a una cosa mal hecha, es lógico que se quiera saber quién  o quiénes son los responsables. Lo malo es que entre adultos nos comportamos como cuando éramos hijos en casa en el sentido inmediato de negarse, taparse entre sí o, simplemente, acusar al menor o más débil de los hermanos. Llevando el tema a la vida social, institucional o laboral del adulto, ocurre que cuando hay una cosa mal hecha, y de ésta, por su gravedad o ingratas consecuencias, no debe saberse quién es su responsable, se degenera cualquier llamado “espíritu de cuerpo”, “espíritu de género”, “amistad”, “compromiso”, “fidelidad” o “lealtad”. Pero, como todo casi anda mal en nuestro país, tal vez haya justificación de creer en algo de ello para así evitar un presto abuso de autoridad o el linchamiento físico y, sobre todo, el psicosocial. Este último, en manos de la prensa chicha.

¿Quién no ha errado? – Nadie. Se dice que todo el mundo tiene derecho a equivocarse. Quién se equivoca adrede por terquedad o egoísmo, que lo linchen. No, que no lo linchen, hay otras formas civilizadas e ingeniosas para invitarlo a la reflexión y al consecuente arrepentimiento del error. Si ello no basta, que lo linchen o lo amarren por sus extremidades a cuatro caballos.

Las diferencias entre parejas, tiene como tratamiento lograr despertar la capacidad de uno y otro para reconocer sus propios errores. Además, si uno reconoce las virtudes del otro, hay relación para rato.

En lo laboral, hasta ahora no hay método para acabar con tanta búsqueda o señalamiento de culpables sobre los errores. Hay quienes te imponen el miedo a no equivocarte; entonces, optas por el facilismo o la intrascendencia. Hay otros que están esperando te equivoques, y adiós trabajo… tu puesto será de él o ella. Hay quienes se equivocan, pero saben a quién culpar. A todo, es triste que haya quienes viven sólo para culpar.

Por ahora, podemos ir reconociendo que somos difíciles para convivir y, muchas veces, culpables de ser renuentes a cambiar lo negativo por lo positivo. Por todos lados andamos mal: una pésima educación, una falta enorme de oportunidades, una competencia laboral insana, un bolsillo cada vez más vacío, una política desinteresada de los pobres, etc. ¿Quiénes fueron los que dijeron que el Perú crece? A ellos, que los linchen. No, y  no. Pero, ante tan penosa realidad que nos toca vivir, ¿quién fue?     

Acabo de mandar impresión en línea de este artículo. No imprime porque no hay hojas en la bandeja. Es raro, puse muchas en la mañana, y no he imprimido…

-¿Quién fue? – Mutis absoluto.           

¡Arriba las manos… éste es un asalto!


 
 
Es innegable que en este mundo siempre haya  “buenos” y “malos”. Pero, preocupa que los buenos se hagan malos, y los malos se hagan más malos. La delincuencia y todo acto malo están por doquier. Nadie se salva. Sino, quien diga “yo” quien no ha sido asaltado o, en alguna ocasión, haber sufrido por el asalto a uno de sus seres queridos. Y, si hubiera alguien que pudo decir “yo”, ¡arriba las manos... éste es un asalto!seguirán transformándose en malos y, malos, en más malos.

Antes, a los malos era fácil reconocerlos. Ahora, todo el mundo sospecha de todo el mundo. Por ejemplo, si estamos en cola, ni te acerques demasiado a quien tienes por delante porque él o ella creen de inmediato que lo asaltarás. No importa si eres el hombre o la mujer más buena u honrada del mundo, nadie se salva y, les aseguro, que tú y yo haríamos lo mismo. Es que nuestras autoridades no educan, creen que en la sanción más severa está la solución.

Hace poco, viajando en una llamada “custer” de servicio público, subió un jovencito con rostro angelical, tremendo asaltante resultó. Sin respeto y compasión alguna mandó al suelo a una anciana con el objeto de quitarle su cartera. El chofer y el cobrador ni caso, ni auxilio a la asaltada. No hay prueba, tampoco ganas de culparlos, pero son tantas las veces que transitan por una misma ruta que bien pueden reconocer a esos chicos malos que van de viaje en viaje en plan de asalto.

¡Agarra bien tus cosas!, ¡no hables por celular cuando estés en el micro!, ¡sólo lleva tu pasaje!, ¡no subas al micro si está lleno!, en fin, qué no saben aconsejarnos para no ser una posible víctima de los amigos de lo ajeno. Vaya que así no podemos vivir, menos ahora si los índices de asaltos se han incrementado. Pero, saben cuál es el colmo… sí, a puesto que tienen hartas respuestas, pero ese colmo es tener que oír a alguien decir que… “el Perú se va para arriba”. Mientras se crea egoístamente que el Perú se va para arriba, habrá mucho más reclamos de la mayoría que no ve ese crecimiento y, probablemente, algunos buenos seguirán transformándose en malos y, malos, en más malos. 

La frase “¡arriba la manos… éste es un asalto!” no va con los asaltantes de ahora. De modo cómico, podría decir que éstos parecen “haber perdido cierta muestra de educación antes del atraco”. No existen más frases, de frente te golpean, cogotean, insultan, arranchan, cortan, matan o todo a la vez. En el colmo de los colmos, si te asaltan y no tienes nada de valor, no te sueltan ni por “misio”, te dan duro. No sé si cualquier cosa vale para ellos, o no les importa que su víctima sea un misio, tal vez porque están en fase de entrenamiento.

En el centro de Lima, había que estar alertas ante “los pirañitas”. ¿Será que han crecido, reproducido y descentralizado? ¡Qué Dios nos ampare!        

sábado, 18 de enero de 2014

Ojo, no es que no quiera trabajar



Parece que nadie es capaz de entender que la vida “está dura”. Digo dura, porque si de trabajo hablamos eres blanco seguro para la crítica de todo quien tiene, gracias a Dios, una buena chamba o una chambita segura, y tú no. No porque no quieras trabajar o no dures en ningún trabajo, sino porque “ya te tocó” lo que le suceden a los muchísimos de peruanos profesionales, técnicos o, simplemente, peruanos deseosos de trabajar: “no te renovaron el contrato”, “tuviste que renunciar ante tanto abuso de autoridad”, “no te pagan en fecha”, “te pagan de a puchos”, “no cumplieron con lo que te prometieron, encima te descuentan por todo”, “no tienes un título”, “no tienes una maestría”, “requieren gente con experiencia”, “te serrucharon el piso”, etc.       
Alguien dijo por ahí, al hablar de su trabajo, “no se gana, pero se goza”. Qué es lo que habrá querido decir; mejor ni saber. Otro, dijo: “a nada…”. Uno siguiente, dijo: “tengo que trabajar sí o sí”. Aceptable hasta aquí. Inaceptable, que haya gente  capaz de hacer lo que sea, sí “lo que sea”, para mantenerse en un trabajo. No sé si peor aún, pero hay quienes denigran el trabajo, y a su profesión u oficio, porque son prestos a emplearse de “franeleros”, “soplones” o “vasallos”.  

De haber gente floja, la hay. De haber gente que prefiere “ganarse el dinero fácil”, la hay. De haber gente que con trabajo no se supera, la hay. De haber gente que espera el nombramiento o la estabilidad laboral para dedicarse al reclamo, la hay. De haber trabajador desleal, lo hay. De haber trabajador que azuza las huelgas, lo hay. De haber trabajador que siempre falta o llega tarde al trabajo, si que los hay, y abundan hasta el penoso hecho de tener que premiarse al que no falta o llega temprano al trabajo. De haber trabajador que rompe con el buen clima institucional, lo hay. Pero, todo ello no exculpa la falta de trabajo, y si lo hay, tampoco justifica que Carmencita, tan sólo por darle una identificación a una de las tantas maestras trabajadoras, tenga que ser compensada con un sueldo nimio al de cualquier farandulero que, sin talento destacado, gana tan bien como para tener un departamento con vista al mar, una camioneta 4x4 y demás. Y, si ese alguien es extranjero o extranjera, ni que decir porque tú, él y yo, ya lo sabemos.

Lo duro está cuando ya nos tocó. Sí, cuando nos dejaron sin trabajo, y se hace difícil tener que empezar con esa búsqueda donde nos suelen decir o preguntar: “no llame, nosotros lo llamamos”, “aquí pagamos con recibos por honorarios”, “estará Ud. en un período de prueba de tres meses”, “¿tiene Ud. maestría?”, “¿por qué dejó Ud. su trabajo anterior”, “¿dónde hizo Ud. sus estudios”, “¿cuál es su pretensión salarial?” y, lo peor de todo, es que ni con aceptar ni responder a tales condiciones nos asegura que vayamos a conseguir el trabajo o no tengamos, en un corto tiempo, que volver a empezar con la búsqueda. Paciencia, más paciencia y suerte habrá que tener.
 
Continuará...      

                        

¿Y, a mí quién me regala?


 
 No estamos lejos del tiempo de haber escapado de la avalancha publicitaria, sea por medio televisivo o en revistas, de cuanto juguete u otro artículo debe regalarse o quisiéramos nos regalen en navidad. Sin embargo, no se necesita de encuestas para saber que más somos los pobres en este país, y que no hay capacidad en los bolsillos, billeteras o carteras peruanas para atender tanto gasto. Sin duda alguna, la de otros podría andar llena, pero no voy a tratar sobre ellos porque tendría que dejar de escribir.   

Quienes son padres, y puedan decir que vale todo esfuerzo para tal gasto, no se equivocan. Habría que preguntarles a quienes somos la mayoría. Sí, a esa mayoría de esforzados padres que “las vemos cuadra”, y que “el money”, a pesar de ganarse con el sudor de la frente, con las justas alcanza para comer y pagar el colegio, la luz, el agua, el alquiler y demás gastos perennes que no necesitan de fecha festiva. Pero, no creo sea necesario ya que, como yo, la vemos “tranca”, y no por ello desmayamos en el esfuerzo.

Está lejano, o no sé si existirá, el tiempo aquel en donde algún padre del grupo de la mayoría tenga respuesta a lo que hoy, me incluyo, nos preguntamos… ¿y, a mí quién me regala? Tal vez, sirva de aliciente que el mejor regalo es ver feliz a los hijos, y es válida la respuesta. Pero, ¿a quién no le gustaría recibir un regalito por pequeño que sea éste?

No se trata de… si tú me regalas, yo te regalo. Tampoco, si tuviéramos hijos adultos, de pedirles nos regalen, o esperar el regalo del jefe o de otros, sino de pensar en el prójimo. Si todos fuéramos capaces de pensar en el prójimo, más en navidad, no habría sitio para que unos seamos felices y otros, por más esfuerzo hecho, no logren alcanzar esa felicidad. Si el prójimo nos preocupara, más en navidad, de seguro que no habría esa grieta tan ancha y profunda que separa a los hombres llamada egoísmo, y que se agranda al actuar y decir… “yo tengo a base de mi esfuerzo, lo demás no me interesa”.             
Es aceptable decir que un regalo es más significativo en navidad, sin olvidar que la navidad es motivo de gloria y esperanza, no de regalos. Regalar o recibir un regalo no es malo. Regalar porque se nos obliga, eso sí. Regalar por interés, eso sí. Regalar para que nos regalen, eso sí. Regalar lo ajeno, eso sí. Regalar por regalar, eso sí. Regalar no importando si me endeudo por ello, eso sí. Regalar por imitar lo que otros hacen, eso sí. Regalar para que otros me vean lo que regalo, eso sí. Vaya cuanto es malo. Vaya, que sí hemos perdido el sentido de la navidad.

 

                                       Edgar Andrés Cuya Morales    

                                                  

viernes, 17 de enero de 2014

Las cosas simples de la vida


 

Hay una cosa simple de la vida capaz de llenarnos de paz, y hacernos olvidar, por un momento, de que las cosas andan mal para mí, para ti, para él o para todos. Ésta no es la palabra, ni el dinero, ni cualquier otra cosa distinta a una simple sonrisa. Y, una simple sonrisa es aquella descrita con en el solo gesto facial en el que se ponen en acción 17 músculos hallados arriba, abajo y en el extremo derecho e izquierdo de la boca. Considerando lo dicho, tal vez sólo haya bastado cuantificar el dato para crear oposición por el que se diga que si cuesta sonreír. Aún así, no está mal ni podemos evitar que existan opositores.         

Qué bonito es que alguien te sonría. Más bonito es que tú y yo sonriamos. Nos pueden sonreír y, también, podemos sonreírle hasta a quienes no sólo resulten ser nuestros conocidos.  Sí, acepta una sonrisa y devuélvela con otra sonrisa… tu sonrisa. Pero, el límite es ese porque más allá del límite se disponen la coquetería, la picardía o la desconfianza, y en este campo sucumbe una alerta y, categóricamente, un acto contrario al sentido de una simple y sana sonrisa.      

Escuché decir por ahí a una promotora de productos de belleza que le decía a su clienta que trate de no sonreír tanto porque se acentúan sus líneas de expresión. Lo que le decía en claro era que no sonría porque se arruga. ¿Será por eso qué no sonreímos? No creo. Sonreír no envejece, nos extiende el tiempo de vida. Y, así no lo extendiera nos ayuda a vivir mejor.         

La sonrisa es distinta a la risa o carcajada. Quien se ríe o carcajea es feliz, pero no se es feliz ni te alarga la vida reír o carcajearte de otro si acompañan el dardo venenoso de la burla. Si te ríes o carcajeas de otro, y ese otro se ríe y carcajea contigo, ambos si son felices y aseguran en algo ese tiempo extra de vida.

Entonces, sonriamos, riamos o carcajeémonos, que sin pisar campos de alerta o de la insana burla, todo andará mejor.

    

                                  Edgar Andrés Cuya Morales      

jueves, 16 de enero de 2014

¡Cuéntamelo todo… y exagera!


 

 
¿Quién dijo por ahí que el chisme es cosa sólo de mujeres? Tal vez, pudo haberlo sido, o lo es, no sé… pero lo cierto es que los hombres también somos chismosos.

La diferencia radica en que las mujeres tienen de su femineidad para darle ciertos especiales sonidos y gestos al chisme. El hombre, es chismoso a secas, y no por ello es menos chismoso que las mujeres.

Lo importante acá no es definir qué género es más o menos chismoso, sino qué tanto daña a la convivencia. Si referimos convivencia en el ambiente escolar, el chisme es, o puede ser, bullying. Entonces, si todos sabemos que en la escuela el chisme no se prohíbe ni se castiga, más bien se “celebra”, nada se estaría haciendo en éstas por atender a un posible generador primario del bullying.

Veamos el caso en el que dos alumnos se encuentran, y uno le dice al otro sobre un tercero, que él o ella tiene pegado una servilleta en la suela del zapato. Los tres se conocen. Hay un hecho y no un chisme. Entonces, las preguntas que debemos hacernos los maestros serían: ¿cuándo es un chisme?, ¿cuándo es bullying?, ¿qué hacer para qué no sea un chisme?, ¿qué hacer para qué no sea bullying?, ¿qué y/o cómo regular la convivencia?, etc. 

En un análisis del caso, podría ser que por su naturaleza psicológica, genética o cualquier otra, el primero pudiera haber gestado una sonrisa o, tal vez, una preocupación ajena, o las dos reacciones al mismo tiempo, apenas se percató del hecho. Si se sonrió y hubiera dejado ahí lo sucedido, no estaría mal. Si se sonrío y, a la vez, se preocupó, y hubiera dejado ahí lo sucedido, tampoco estaría mal. Pero, si se lo dijo a un segundo, es porque buscaba un aliado. Lo malo estará en qué clase de aliado es el que buscó, y por o para qué.

Véase como este simple ejemplo nos puede ayudar a los maestros a sentarnos juntos para crear maneras y medios de atender una deficiencia que aqueja en las escuelas y, lamentablemente, que sólo es percibida cuando se dan los penosos resultados.

La educación básica es justa y propiamente denominada así, porque requiere de la labor pedagógica para cimentar las estructuras de quien más adelante será un hombre capaz de seguir conociendo y aprendiendo, capaz de seguir fortaleciendo su conducta y capaz de usar sus potencialidades.

Un profesor me dijo un día que la comunicación del hombre es hablar o decir algo de todo cuanto nos rodea. Sin embargo, si nos situáramos en la comunicación de muchos peruanos de hoy, y en edad escolar, ésta es la de no hablar o no decir nada, o si hablan o dicen algo, no es de todo cuanto les rodea, sino sólo de quiénes les rodean, y dentro del contexto de un chisme dicho en lenguaje distorsionado de lo que sería hablar o decir algo “bien dicho”.

No se puede negar que nos gusta hablar u oír de quienes nos rodean. Nos sentimos atraídos al chisme porque tiene en sí esa dualidad de candor y zorrería, pero que no nos ciega del discernimiento entre el bien y el mal. El peligro yace en que nuestra actual población estudiantil cree que el chisme es negocio. Que los puede hacer ricos o famosos. Entonces, si hay algo que hacer y decir desde la escuela, sino… ¿qué esperáremos de la siguiente generación que se hace adulta?