martes, 24 de enero de 2023

"La ausencia de valores: muchas veces mentada y las mismas veces no atendida"

 

Los valores no se aprenden por imposición de conceptos que luego deben repetirse de memoria. Tampoco con la propaganda de: "educamos en valores", siempre que a la escuela le sirva solamente como un medio para hacer atractiva cualquiera de sus presentaciones ante la comunidad educativa o autoridades del sector.

Los valores no se aprenden como valores en sí, sino como hábitos que se van forjando por la constancia de una práctica - casi natural - de simples actos comprendidos dentro de la cotidianeidad del desenvolvimiento, desarollo y socialización de la persona. Pero - eso sí - intencionalmente dependiente, tanto de la guía u orientación como de un interesado "educador", para que, de modo tal, vayan siendo observables en la conducta y comportamiento de quienes son sujetos del aprendizaje. 

Los primeros educadores son los padres, tutores y/o familiares, conviviendo bajo un mismo techo con niños y adolescentes. Lo que debería conllevarlos a entender el grado de responsabilidad que recae sobre cada quien, porque la conducta y el comportamiento se forma o deforma de acuerdo a como padres, tutores o familiares, decidan asumir su tarea al respecto. 

La tenencia de los hijos es correspondida natural y legalmente a los padres, y no es una victoria para quienes la pudieran haber recibido por un mandato judicial. Cuando el amor hacia los hijos es la mayor motivación de los padres, no se habla de victorias, ni obligaciones, sino simplemente de amor, y por ese amor es que despiertan el interés y el deseo de ver sanos, abrigados, alimentados, protegidos y bien educados a los hijos.

Desde otro lado está la escuela, la que no debe juzgar a aquellos primeros educadores si el caso fuera no estar asumiendo su tarea. Por el contrario, y ya que se supone somos los profesionales de la educación, debería la escuela mejorar e innovar sus mecanismos o estrategias de atracción y participación de los padres de familia en la labor educativa, sin importar siquera que la tarea se invierta, al no ser ellos quienes inicien la formación de la conducta y el comportamiento de sus hijos y sea la escuela la que la complemente en sus aprendices, sino al revés. Aunque, una vez conseguida la conciencia y el sentido sobre la tarea, los padres, no solo sabrán asumir lo suyo, sino evitarán esos malos entendidos de enfrentamientos o discordias contra la escuela, toda vez que se los insta a prestar atención sobre las posibles malas conductas e indebidos comportamientos de sus hijos. 

En casa, ningun mal acto de los hijos debe pasar inadvertido. Cuanto más pequeños se dejarán llevar por la curiosidad, las emociones y ese no saber aún qué es lo correcto, aceptable o bueno, tanto para ellos como para quien tengan alrededor, debiendo no subestimarle la inteligencia a la hora de aleccionarlos. No se crea que, pasada la experiencia, fue logrado el aprendizaje. Tal vez sí en ciertos momentos o circunstancias, pero es importante recordar que el cerebro aprende por hábitos, y los mismos se van forjando por lo consecutivo de los actos. 

En la escuela, ninguna posible mala conducta e indebido comportamiento, debe servir solo para el reproche a los padres. Educar en valores implica desgregar los mismos en actos y situaciones reales y cotidianas para incidir intencionalmente en acciones y reacciones de los aprendices que conlleven a seguir formándolos en buenos hábitos con respecto al bienestar personal y común entre todos los demás.  

La educación básica escolar es intencionada, y por lo mismo es que se debe a una programación. Asimismo, si bien la politica educativa se alinea a una generalidad, la escuela es autónoma en el sentido, no solo de adecuar la generalidad, sino de imponer sus propias políticas o lineamientos de acuerdo a las necedidades, demandas, fortalezas, problemática, cultura social, espacio geográfico, recursos humanos, recursos económicos, idoneidad y cuanto demás debe advertirse siempre que el fin supremo sea educar a toda esa niñez y adolescencia ingresando y transcurriendo por sus aulas.                                 

La casa y la escuela no son enemigas. Son espacios donde los hijos deben ser educados si están dentro de casa, y donde los aprendices siguen siendo educados si están dentro del colegio. Lo que debe ocurrir es una labor educativa conjunta, pero no en paralelo sino en constante intersección, porque haciendo cada quien bien su parte habrán mucho más en común aprendiéndose en ambas, y solo para el caso de la escuela, suplir las ausencias no aprendidas en casa.

          


                          

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