Cualquier pedagogía, sin innovación ni implementación
adecuada a los nuevos tiempos, conlleva a una pedagogía rutinaria, conduciendo
tanto al docente como al aprendiz, no sólo al aburrimiento y cansancio, sino al
ejercicio autómata de lo que cada quien debe hacer; entonces, se pierde el
sentido natural y propio del propósito pedagógico. Cosa que ocurrió con el
anterior modelo pedagógico denominado tradicionalista que, sin educar mal, cayó
en la rutina por falta de innovación.
En otro, y siguiente momento, los pocos resultados
de una educación intrascendente y casi mecanizada, produjeron un interés,
dizque de los especialistas educativos, en “los cartones”; es decir, el viejo
director(a) podía ser reemplazado por quien tuviera – además del título pedagógico
– “la maestría”. Es más, la plana docente con más cartones – entre tantos, “la
maestría” – se creía la garantía para asegurar la ansiada educación de calidad
en las escuelas públicas. Paralelamente, a la educación tradicional se la
descalificaba como inservible u obsoleta para imponer a rajatabla un modelo
constructivista sin advertir idiosincrasia, naturaleza, correspondencia, posibilidad,
defensa ni respeto por lo que se quería desraizar. Tampoco, e increíblemente, sin
advertir que el cartón de la maestría no iba curricularmente acorde con la imposición
“constructivista” sino tradicionalista de la educación. Mucho menos interesó el
cómo y de dónde solventar dicho cartón frente a las penurias económicas y demás
jugándoles en contra al profesorado, porque hasta ahora importa más se ostente antes
que saber, hacer y ser; entonces, he ahí uno de los posibles orígenes de lo que
recién hoy – con la tesis del Sr. Pedro y la Sra. Lilia – se advierte públicamente
lo sucedido entre el cartón y la realidad.
Los resultados educativos en este tiempo no
fueron diferentes al anterior sino, y tal vez, peores porque – parafraseando al
constructivismo – el conflicto cognitivo del aprendiz fue a parar en mayores, distintos
y peores conflictos para quienes se supone debían ser los expertos “facilitadores”
del conflicto y la solución (aprendizaje). Entonces, entre tanto tirar y jalar de
la misma cuerda, por lógica es que haya desgaste con alta probabilidad de
llegar a romperse para luego descolgarse y caer quienes de esa misma cuerda dependieran
su sostén, seguridad o estabilidad. Pues, contrario a cambiar de cuerda o
facilitar otros implementos para que suceda cosa distinta a la mala y/o intrascendente
educación básica escolar, se apostó por una carrera pública magisterial basada
en “escalas” y “meritocracia” para que supuestamente estén y sean los que deban
estar y ser. Pero, lo que pasa es que se anda de mal en peor porque las cosas
no se hacen bien, y bien en su sentido de haber autoridades interesadas en
respaldar y poner en manos de verdaderos educadores – hechos maestros, no tanto
por el cartón, sino por las dotes de vocación de servicio, elevada capacidad y
don de gente – los posibles cambios y correctivos para las consecuentes mejoras
ante tanta cosa mal hecha.
Definitivamente, y salvo excepciones, entre el
cartón y la realidad pasa que en el primero dice se reconozca como tal a la
persona, mientras en lo segundo, la realidad, sucede haber personas desacreditando
el valor del primero.
Necesariamente, si el profesorado no es hidalgo en reconocer que cualquiera de los cambios empieza antes por cambiar nosotros mismos en cuanto a lo que nos pueda desmerecer y señalar debilidad, los aprendices estarán expuestos tal vez a saber, pero no hacer ni ser. De ese modo, y así se nos diga que mirar hacia la educación es un tema de resultados a un largo o extenso plazo, si el cambio no se procura hoy, mañana serán dos días más agregados a ese largo plazo.