A un nivel tal de saber lo que ocurre con sus hijos y estudiantes en este preciso instante y demás momentos o espacios donde ellos se desenvuelven en sus diferentes roles, ningún padre ni profesor podría estarlo pendiente. Pero, cuando esa realidad se contrasta con haber muchos padres y profesores cuyos hijos y estudiantes sí los creen pendientes de ellos a ese nivel; entonces, debería cuestionarnos, a los adultos, si los destapes del bullying escolar se condicionan con el nivel pendiente de los hijos o estudiantes.
En
el mundo de los adultos se sitúan quienes han transcurrido antes por etapas básicas
del aprendizaje, y se supone ser un mundo donde discurren modelos ejemplares de
conductas y comportamientos.
En
el mundo de los niños y adolescentes se sitúan quienes están siendo formados y
educados por adultos, y se supone ser un mundo vigilado por padres y profesores
al pendiente de sus hijos y estudiantes.
Sin
embargo, en ambos mundos no sucede tal cual se supone porque en el mundo de los
adultos son menos las evidencias de modelos ejemplares de conductas y
comportamientos. Mientras que, en el mundo de los niños y adolescentes, son más
las evidencias de menos adultos estando al pendiente de sus hijos y
estudiantes. Entonces, es evidente que somos los adultos quienes debemos
reflexionar y proceder o actuar de modo distinto en ambos mundos, ya que solo así
la formación y educación básica de nuestros niños y adolescentes no seguirá dando
mayores muestras de conductas y comportamientos inapropiados y hasta funestos.
El
hogar y el colegio son espacios de convivencia en donde los niños y
adolescentes son estimulados por padres y profesores, respectivamente, para experimentar
sus aprendizajes formativos y básicos.
En
el hogar la responsabilidad recae en lo padres, y no hay excusa que valga su desatención
porque los hijos son su entera responsabilidad. De tanto que merecen los hijos,
por innata naturaleza humana y derechos universales o del niño y adolescente,
están su formación y educación básica. Lo que obliga a los padres a procurarles
los primeros espacios y momentos sanos de experiencias de vida familiar. Si
bien estas primeras experiencias de aprendizajes no son escolarizadas si pueden
atender una intención, dedicación, preparación, programación, supervisión y constancia.
Las primeras experiencias de vida familiar y demás aprendizajes obligan a los
padres a mantenerse al pendiente de los hijos porque son principalmente su
modelo de vida, su guía, su protector, su entrenador, su facilitador y su
filtro ante los múltiples estímulos que los rodean, y los cuales no se les
quita, niega o evita, sino se filtra u orienta. Es de este modo que los hijos van
asimilando que sus padres están al pendiente y a un nivel de saberlo todo de
ellos. Lo que no es lo mismo al engreimiento exagerado, ni la sobreprotección, ni
mucho menos la sumisión, siendo esta última en la que incurren habitualmente
muchos padres cuando suelen llamar a sus hijos “mi rey” o “mi reina”. Porque el
resultado de una crianza de este tipo genera hijos dominantes, antojadizos, rabiosos,
violentos, egoístas, discriminadores o groseros, así como pasivos, atontados,
miedosos, influenciables o derrotados.
En
el colegio la responsabilidad recae en los profesionales de la educación. En todos
quienes lo integran o están al frente del mismo, y no solamente en los profesores
con carga horaria en una determinada aula de clase. En el colegio, profesor o
no, son todos los adultos quienes deben estar al pendiente de los estudiantes
desde el área o la función que cumplan dentro de la institución. A diferencia
del hogar, en el colegio la labor de educar es encargada, pero eso no lo hace
una responsabilidad menor sino mayor porque dicho encargo se supone estar dado
a personas especializadas por su respectiva profesionalización docente,
psicológica y psicopedagógica. Por tanto, toda o casi toda la marcha
institucional está obligada a planearse, pero no en el sentido de incrementar
la papelería ni despegar los pies del piso, sino hacer un plan sujeto a las
condiciones de las características de su población estudiantil y familiar para
que su intención pedagógica aproveche, fortalezca y/o modifique tales
características porque de eso se trata la educación.
Un
buen hogar o colegio no es exactamente tener a hombres y mujeres perfectos e
ideales como padres o profesores, sino a buen hombre y una buena mujer en su rol
de padre o profesor. Y, es un buen hombre o buena mujer quien vive y convive dando
siempre ejemplos de vida sobre todo aquello justamente evitando que él, tú y yo
no seamos ni hagamos cosas malas.
Al
pendiente de los hijos y estudiantes quiere decir entonces que tanto padres
como profesores deben convencer, persuadir, predisponer o inducir a sus hijos o
estudiantes a que ellos los crean al pendiente de sus actos o accionar que, a
simple vista, son malos y de consecuencias negativas para ellos y/o los demás. Lo
que no es lo mismo el extremo de generar una dependencia total cuando los actos
de los padres convencen a sus hijos que a ellos no les corresponde nada por
hacer. Tampoco el otro extremo de generar una sobreprotección cuando los hijos también
llegan a creer que pueden hacer todo cuanto se les antoje (bueno o malo).
Cualquiera de los extremos se vuelve un peligro para la sana convivencia con
sus pares en el colegio cuando los profesores prefieren mantenerse indiferentes
a la dependencia o sobreprotección. Por el contrario, deben trazar un plan estratégico
psicopedagógico, tanto para padres como profesores, no importando si el
porcentaje de casos es mínimo en el colegio.
A
los hijos o estudiantes hay que enseñarles el significado de la precaución con
todos sus ejemplos posibles. Hay que enseñarles a saber inhibirse sobre lo que
no es correcto, procurando habilitar su capacidad crítica sobre todo posible
mal acto que se le pudiera ocurrir a otros y a ellos mismos en contra de quienes
conviven o se relacionan con ellos. Hay que enseñarles el sentido de autoridad
que representan los padres en el hogar y lo profesores en la escuela. Eso es
básico porque la vida del hombre siempre está dependiente de una autoridad que protege,
vigila, controla, conoce, sabe, enseña, invita a la reflexión, perdona, motiva,
lidera, soluciona conflictos y premia; pero, también en ocasiones sanciona y castiga.
Convencer
a los hijos y estudiantes que sus padres y profesores están al mínimo pendiente
de sus actos – sobre todo aquellos no buenos – se logra con adultos esforzados en
reprimir o controlar sus mayores defectos, debilidades o malas reacciones para modelar
ante sus hijos o estudiantes como hombres o mujeres de una vida sana, laboriosa,
atenta a sus obligaciones, preocupada, feliz, etc. Y, todo ello con el principal
ingrediente de la autoridad, así como la disciplina y hasta el posible rigor
sobre asuntos que merecen la atención del niño o adolescentes sobre sus
obligaciones y deberes conforme va conviviendo con otros fuera de su núcleo familiar.
Por ninguna razón la autoridad, la disciplina o el rigor debe sembrar terror o
cobardía, sino responsabilidad, respeto y compromiso, y aunque algunos digan
que nuestra conducta o comportamiento no se condiciona, estamos condicionados
incluso hasta por la propia naturaleza.
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