jueves, 16 de octubre de 2014

¡Bien negra!, ¡tú puedes negra!


Mírate al espejo. Ahora dime, ¿tienes la piel blanca?, ¿tu cabello es rubio o, mínimamente, de color castaño claro? y ¿tu figura corporal es genéticamente la de un súper hombre o súper mujer? Si respondiste “sí” a todo, entonces sólo tendrías que mirar tu DNI y decirme si uno de tus apellidos es de origen “extranjero” porque de lo contrario ni sueñes con ser parte de uno de los programas de “competencias” de la televisión nacional.

Quisiera decirle “cuatro verdades” a un par de conductores. Una de éstas, que “se callen la boca” porque si se proclaman no ser racistas, vaya que hacen hasta lo imposible para no creerles. ¡Bien negra!, ¡tú puedes negra! o ¡dale negra!, lo parlotean con tal énfasis en la entonación y volumen que el sentido de lo dicho no puede interpretarse como de simple aliento o motivación a la competidora; ésta es otra verdad. Una más, si a todos los que no son de raza negra los llaman por su nombre o un favorecido sobrenombre, por qué a la única competidora con ascendencia de esta raza la tienen que diferenciar de los demás al gritarle “negra”. Si no se los han hecho saber, recuerden que la oportunidad los ha hecho conductores; por tanto, sus voces no están hechas para la locución en público, y tampoco hacen lo posible para que lo que digan se oiga agradable o saleroso. La cuarta verdad sería que, con intención o no de solapar una discriminación, se sirvan callar la boca o busquen inteligente o creativamente otro modo de alentarla o motivarla.

En los avisos de oportunidades laborales prohibieron el uso del término “buena presencia” por referir éste discriminación. Tal vez o seguramente, algunas empresas no lo publiquen y sigan pretendiendo que sus aspirantes reúnan dicha condición, pero eso tendría que probarse por quien pueda verse afectado. Lo cierto, es que se puso inmediata atención a un acto de discriminación. Del mismo modo, habría que ponerle inmediata atención a dicho programa para evitar, por lo menos, tal desafinación que estalla sonoramente más a un acto discriminatorio que a un aliento, motivación o muestra de valoración a la única persona que es distinta a los demás.

El Perú es un país de diversidad racial y cultural. Dice un dicho “el que no tiene de inga tiene de mandinga”. Constitucionalmente no hay diferencia de raza. Entonces, en referencia a ese programa, correspondería que antes de “negrear” o “cholear” llamen por su nombre a todos sus competidores por igual. O, si se tratara de denotar familiaridad con alguno de ellos, que practiquen vocalización, volumen y entonación porque, aquí o más allá de nuestro espacio territorial, suenan a racistas.          



                                                                                                Edgar Andrés Cuya Morales
                                                                                                             Pedagogo                   

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Y, ahora… ¿por qué el mutismo?



Después del “flash” electoral del pasado 05 de Octubre, quienes no ganaron han hecho mutis absoluto. Puede decirse, metafóricamente, que desarmaron la carpa, guardaron sus cosas, apagaron la leña y desaparecieron en lontananza.  En esa metáfora, habría que preguntar cuántos se han ido sin dejar limpio el espacio donde acamparon.
Tras los resultados de los comicios, algunos han sido reelectos. Otros, volverán al cargo. Y, una buena mayoría asumirá por primera vez la alcaldía o presidencia regional; aunque, sobre esta última, y no sé si en todas las regiones, habrá segunda vuelta. Igualmente, cualquiera sea el caso, lo que intento referir es “a que la oportunidad está dada”, y por la misma se sabrá quién es quién. Entonces, a partir del 01 de Enero del 2015, sabremos si corresponde lamentarnos o reír de felicidad.
De tantas posibles razones, citaría dos para explicar la reelección. La primera, porque definitivamente “lo está haciendo bien”. La segunda, porque no “lo hace tan bien, pero atemoriza que otro “lo haga mal”. Para dar posibles razones de quienes vuelven al cargo, citó dos. La primera, porque, bajo la comparación con quien ejerce el cargo actual, “lo hizo mejor”. La segunda, porque “lo volverá a hacer bien, mejor y, a la vez, corregirá lo que no pudo hacer bien”. En cuanto a quienes serán nuevos en el cargo, habría una sola razón: “se le requiere el cambio”.
Volviendo al mutis de quienes se postularon y perdieron, ese mutismo puede interpretarse de mil formas. Así, bien pueden merecer la crítica de “aparecer” sólo por la oportunidad para, tal vez, confundir al electorado y desmenuzar  el entero de votos de los candidatos con mayor aceptación o simpatía de los electores. Como también, pueden merecer el elogio al “lanzarse” en una contienda electoral a razón del impulso de un deber ciudadano. Sobre si hay razón para merecerles la crítica o el elogio el tiempo lo dirá porque una elección no se gana con panfletos, ruidos y fotos del momento, sino con una presencia permanente de trabajo al servicio de su comunidad. Esperemos a ver qué pasa; ya que, hasta el momento, hay mutis absoluto de quienes perdieron las elecciones.
                                                                                                                                                                                             
                                                                                               Edgar Andrés Cuya Morales
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miércoles, 15 de octubre de 2014

En la escuela, ¿todo es culpa del Director?


Hoy, como todas las mañanas y durante todo el día, los noticieros nos abarrotaron de tragedias y denuncias que, a razón de una posible regresión a la incivilidad, nos embisten y desmerecen como sociedad educada o educadora.

De tantas, una denuncia estuvo referida a lo ocurrido en una escuela del Callao. El noticiero, sin reparar en la repercusión, no sólo al titularla “Balacera en una escuela del Callao”, sino por su “unilateral apoyo” a una de las partes involucradas, se ciñó a enfocar y dar el uso de la palabra a quienes, como la mayoría, y lejos de analizar los hechos, ejercen equivocadamente el derecho, y acusan y amenazan públicamente a quien se le ponga enfrente. Y, sostengo lo del unilateral apoyo en el hecho de la actitud increpante que tuvo la conductora del noticiero en su afán de demandar las explicaciones del Director de la escuela sobre el caso. Acto seguido, se expresó literalmente: “al mediodía dará la cara”.

Según la noticia, un alumno salió herido de bala en el pie a consecuencia de la manipulación de un arma de fuego que otro había llevado a la escuela. No niego que las consecuencias pudieran haber sido fatales. Tampoco, que la situación no debió ocurrir y que hechos como éstos motivan la inmediata zozobra de los propios alumnos y padres de familia. Pero, aún con el hecho encima, no habría por qué sentenciar o condenar al Director; ya que, el mismo debe estar sorprendido y pidiendo las explicaciones del caso. Y, como es lógico, también debe estar temeroso de enfrentar a una prensa venida de forma avasalladora e increpante a reclamar explicaciones.

El hecho es inaceptable. No debe ni debió ocurrir. Y, claro está, es preciso adoptar las respectivas medidas de prevención y sanción a quienes se hayan visto involucrados. Del mismo modo, promover la calma a los miembros de  la comunidad educativa. Así, como hacer del hecho una lección aprendida o por aprender.

Aislado de las excepciones, debe contemplarse que no hay Director o Docentes permisivos a hechos delictuosos. La vocación educadora es la principal barrera que repele todo acto contrario a la tarea educativa. Asimismo, no hay escuela que comúnmente requise maletines, mochilas o loncheras de su alumnado, porque ello no es educativo y está entendido que nada distinto a los materiales y alimentos se contienen en éstas. Sin embargo, anótese el hecho de que sólo el acto de requisarlas a motivo extremo de la incidencia del porte de los celulares, prohibidos en la escuela, causa el escándalo y rechazo inmediato de los padres de familia, quienes osan, no sólo en descalificar a la institución educativa y a sus miembros, sino que amenazan con denunciar el hecho a la UGEL, quien, muchas veces, no hace más que desamparar la medida adoptada en la institución.                        

Edúquese en civilidad a los alumnos. Reedúquese, en lo mismo, al adulto. Y, por favor, ¡basta de tanto desamparo a los docentes!      

                         
                                                                                        Edgar Andrés Cuya Morales
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martes, 14 de octubre de 2014

Palabras, palabras… y más palabras

A propósito de la 18° Reunión Regional Americana de la Organización Internacional del Trabajo – OIT, el Sr. Ollanta Humala se ha dado tal discurso que ese gran número de peruanos en situación de desempleo y los que desgastan sus esperanzas en reclamar sus derechos laborales en un proceso judicial, se están preguntando a qué “país maravilloso” hizo referencia. Sí, porque el desempleado sigue en situación de desempleado y el que se esperanzó en ampararse en la justicia para demandar sus derechos laborales, está a punto de ser uno más de los peruanos que no cree en la justicia, aparte de haberse quedado sin trabajo y entrar en la odisea de volver a buscar una oportunidad laboral.

En mis 15 segundos de ingenuidad, me pregunto por qué no se dice la verdad. Por qué no se dice lo que nos falta si se supone que dentro de los objetivos de estas reuniones no se deben a oír “lo bonito sobre el trabajo” que se está haciendo en el Perú, sin importar ni importarles a los oyentes cuánto de cierto y real tiene ese discurso. Para que se sepa, en cuestión de trabajo o empleo, el Perú es el país del “recurseo” o del “cachuelo”. Sí, es un país donde, por la escasa oportunidad de trabajo, los peruanos se la tienen que “buscar” de lo que sea, dignamente claro está, para sobrevivir. Y, si se nos solicitara que levantemos la mano para saber quiénes quisieran un empleo en un país extranjero, les aseguro que si tuviéramos más de dos manos, todas éstas las levantaríamos.

No dudo que haya deseo o buena intención por incentivar las oportunidades y mejorar las condiciones de trabajo, pero la mayoría de peruanos no sobrevive del deseo ni las buenas intenciones. Pocos son los que gozan de un empleo bien remunerado y con estabilidad laboral. Muchos son los que “hacen maravillas” para sostener su sobrevivencia personal y la de su familia con una remuneración que no compra ni la mitad de la canasta básica familiar.  Entonces, no puedo entender de qué inclusión social se habla. Oh, perdón, sí sé, somos más los peruanos incluidos en el desempleo, en los que menos ganan o a los que ni el Estado, a través de la justicia, es capaz de amparar al trabajador que demanda sus derechos.    

Sr. Ollanta Humala, sigo buscando en qué sector social se refleja su discurso porque la mayoría de peruanos está incluido socialmente en una de estas situaciones: quien pasó las cuatro décadas y está en situación de desempleado, debe recursear para subsistir. Quien es jubilado y está esperanzado en su derecho a la homologación de sus haberes, Dios le dé tiempo para gozar del incremento. Quien trabaja remunerado con el sueldo básico, tendrá que seguir extendiendo sus horas de esfuerzo físico o mental para buscar otro trabajo. Quien está desempleado, sigue repartiendo sus hojas de vida tal volanteo publicitario. Quien, como mi esposa, decidió amparar sus derechos laboral en la justicia, tiene que seguir no sé cuántos años más, de los siete años que lleva, sin que a su empleadora se la obligue a pagar.
                                                                                    
Nadie es ajeno a las recientes huelgas de los distintos sindicatos laborales. Por cierto, qué curioso y oportuno resultó el levantamiento de la huelga médica días antes de la  18° Reunión Regional Americana de la OIT.

                                                                                                                Edgar Andrés Cuya Morales
                                                                                                                               Pedagogo                   
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“Amo y señor de las pistas”



Sin haber señalización que lo prohibiera, alguien con su auto dio vuelta en “u” en una avenida, y tomó otro rumbo. Habiendo señalización que lo prohibiera, ese mismo alguien, con su mismo auto, dio vuelta en “u” en otra avenida y, nuevamente, lo hizo para tomar otro rumbo.

Dentro de sus principios, la ley prescribe que toda persona puede hacer lo que ésta, propiamente, le permite o, no le prohíbe. Pero, a diario y, aseguro, cada momento, ocurre que muchos, quienes están al volante, trastocan dicho principio, a punto tal, que “no hacen lo que la ley les permite, sino lo que ésta les prohíbe”.

Así, podría definir a otra de nuestra realidad con la que hay que lidiar. Y, vista la desatención a la desnaturalización cívica de dichos conductores y, también, ciertos peatones, habrá que seguir soportando o ignorando a los “amos y señores de las pistas”. Aunque, sin mentir, ganas no me faltan de ponerlos en su lugar a manera de quien entrena a los animales feroces.

Alguna vez, a todos estos amos y señores de las pistas, se les enseñó en la escuela el sentido básico de las señales de tránsito. Y, tal vez, alguno hasta pudo dibujarlas en una cartulina o hacer una maqueta de su ciudad en la que incluía a las señales de tránsito. Habría que preguntarse si hicieron o no la tarea porque si la hicieron, entonces no la aprendieron.

De adultos, a todos estos amos y señores de las pistas, se los obligó a identificar las distintas señales de tránsito. Incluso, en la prueba de manejo, se los obligó a respetarlas. Pero, la realidad indica que el trámite para la obtención de la licencia de conducir no es ni tiene objeto educativo porque, a simple vista, se podría considerar una valla que sólo hay que saltarla sin importar si hubo lección aprendida o no. Imaginemos, entonces, qué nos queda esperar de quienes obtuvieron y/o estarán tramitando su licencia sin haber aprendido una lección,  aunado a lo que no aprendieron en la escuela

Sin exagerar, la ciudad está invadida por el desorden vehicular conllevado al caos. No cesan ni disminuyen los accidentes, choques o cualquiera de las otras desgracias que la pérdida de la cultura cívica en este aspecto las provoca. El colmo del caos no es uno, sino varios. En uno de los colmos, habría que decir que estos amos y señores de las pistas hacen lo que la ley le prohíbe, muchas veces, a vista y paciencia de la autoridad policial. En otro de éstos, infractor y afectado, son tratados con la misma vara severa de la ley, a pesar de haber prueba contundente para identificar quien es quien. Y, así podría seguir describiendo más colmos que nadie ignora porque es o ha sido víctima de tanta incivilidad.
                                                                           
                                                                                         Edgar Andrés Cuya Morales
                                                                                                                   Pedagogo                   
                                                                                 

domingo, 12 de octubre de 2014

“A mal entendedor, ¿cuántas palabras?”



Preocupa y agota el intelecto estar siendo incontable la cantidad de personas adultas a las que por más explicaciones “didácticas” que se les pueda dar sobre tema alguno, NO ENTIENDEN.

Está ocurriendo que uno de los factores de tanta insensatez e intransigencia es el “mal entendido” conocimiento del derecho ciudadano en el ejercicio de quienes,  conllevados por el mismo, no sólo fracturan el sentido elemental de la comunicación entre seres racionales, sino que la hacen suya para, unilateralmente, arrollar a otros con una desconcertante y excitada verborrea que puede resultar su propia condena.  Y, ni que decir de quienes, en retrospectiva a la civilidad, “toman la ley por sus propias manos”.     

El conocimiento sobre el derecho de la persona se aprende y se ejercita desde la escuela. El derecho jamás es unilateral porque quien lo pretende ejercer se obliga a reparar en quien es el otro involucrado en dicha interrelación y, así, en viceversa. Sin embargo, está ocurriendo que, en temas simples y cotidianos de interrelación humana, quienes se sienten en derecho no admiten diálogo y se ciegan en una obstinación capaz de cansar a quien buena y educadamente está haciéndola entender.

Traigo a colación un hecho real descrito en un edificio de departamentos cuya antigüedad de su construcción data desde hace más de 70 años. Ocurre que, a  saber pleno de sus propietarios, las tuberías de agua amenazaban con colapsar debido a la cantidad de óxido acumulado en su interior, al ser éstas de fierro. Advertidos del caso, el colapso, descrito en un atoro, empezó por la tubería de uno de los departamentos del piso superior del edificio. Hoy, “a mal entendedor, ¿cuántas palabras?” porque nadie quiere entender ni asumir lo que coloquialmente se dice… “nada de nada”. Todos, irresponsable y obcecadamente, se han sentido con derecho a culpar del colapso al propietario del departamento del piso superior, y a él le reclaman que no haya agua, despotricando hasta la amenaza de aquejarlo ante una autoridad. Sobre el caso, espero que de involucrarse una autoridad, ésta sepa preguntar para no ser sorprendida, y enterada del mismo “ubique” a todo posible quejoso.

Basta de la promoción excesiva de los derechos sin ser ésta advertida que “derecho y deber” no actúan por separado. Quien se sienta en derecho se obliga a deberes y viceversa. En la escuela aprendí y, como educador, así lo aprenden mis alumnos, que cuando la persona es menor de edad su derecho a un nombre propio, a la salud, a la alimentación, a la educación y a la vivienda, tal vez olvide alguno, se exigen como derechos sin obligar deberes. Cuando se es adulto, los derechos se ejercen mediando las obligaciones de acuerdo a lo que se está pretendiendo, y viceversa.

                                                                                        Edgar Andrés Cuya Morales
                                                                                                             Pedagogo                   

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