Así
como van las cosas en este país no cabe duda que no se aprende la lección.
Ha
transcurrido la Semana Santa, y todo sigue tan igual o peor si se hace referencia
al propósito de su celebración.
Hay
más gente mala que buena. Hay más pecadores que santificados. Hay más
corrupción que decencia. Hay más alboroto que paz. Hay más odio que amor. En
fin, hay más de todo aquello que el hombre o por el mismo no debiera haber si
nos creemos miembros de una iglesia o comunidad cristiana. Y, es tanto así, que
los pecados del hombre de hace 2,000 años se mantienen “al día”, “renovados”, transformados”
e increíblemente “multiplicados”.
De
aquellos que se mofan de otros, hoy en día son más. De aquellos que gritaron: ¡crucifícalo!,
sin reparar en los hechos y la razón, abundan. De aquellos que no opinaron ni pensaron,
tienen sus fieles seguidores. De aquel que se “lavó las manos”, bastó su mal ejemplo
para recorrer el mundo entero de tanta imitación. Nuevamente, en fin, no se
aprendió la lección de que el hombre debía enmendar sus errores, amar al prójimo
y vivir de acuerdo al orden y sentido de la creación.
No
todos estamos en el mismo saco; hay quienes somos gente buena, pero, sin ser
tantos, hay una mala intención de hacernos ver menos o pocos en cantidad. Lo
peor está en el hecho de no serle de importancia a los medios de comunicación por
sobre la obras que podamos estar haciendo o intentado hacerlas en bien del
prójimo. Se ha llegado al colmo de darle más atención o cabida al mal ejemplo y
la desgracia ajena, trastocando la realidad y el psiquis, especialmente, de la
adolescencia y juventud que, en su mayoría de veces y casos, crea “ídolos de
barro” de quienes son autores de tales males ejemplos y desgracias. Algo peor a
lo peor, es que no haya autoridad que ponga remedio efectivo. Sucede que, cual “Pilatos”,
y como a ellos no les “toca” el mal ejemplo o la desgracia, se lavan las manos.
O, cuales “Sumos Sacerdotes del Sanedrín”, no escuchan ni oyen a otros porque su
modo de asumir la autoridad los hace ciegos
y contrarios a lo que profesan o proclaman en bien de su propia gente.
La
segunda llegada de Cristo está tardando, y creo que va a tardar más o,
simplemente, no vendrá porque así como van las cosas del hombre, esta vez no
habrá tiempo de predica ni milagros, él mismo pedirá que lo crucifiquen.
Edgar
Andrés Cuya Morales
Pedagogo