domingo, 1 de marzo de 2020

La persistencia juega en contra si persevera la obstinación de lo que no aplica.

Para lo visto en la educación básica escolar, en cuanto a los resultados desfavorables de un sistema autovanagloriado por modelar la búsqueda del logro de competencias y capacidades, no es difícil entender estar jugando en contra la persistencia.
Haber parecido novedosa, buena, correcta o bien intencionada la teoría, y no siéndola en su práctica o aplicación, es obstinación su persistencia.
Al 2020, el Estado no quiere dar el pitazo final ni siquiera uno de medio tiempo sobre el partido - en el que contradictoriamente a la relevancia del sostén de su propia teoría - los jugadores, entrenadores, espectadores e hinchada, concurren cual autómatas al juego. Se juega mal y se obliga al festejo.
Al 2020, tampoco el profesorado deja el juego. Hay quienes se han habituado y le sacan provecho al ofertar los boletos de entrada o comercializar las camisetas y vinchas, sanguches y refrescos, y demás. Si no véanse la cantidad de ofertas sobre planes de "capacitación" o "especialización", cada una con mejor propaganda que la otra, bajo el ofrecemiento de convertir a los participantes en los jugadores con la camiseta número 10 en la espalda.
En fin, tal vez sea ese el objeto del marketeo y también la posible intención del Estado, pero es notorio que distrae la atención del profesorado sobre lo que no hace ni se atreve ni intenta hacer hasta el momento. Cae en el juego. Sigue en el juego. Y, no se trata de abandonarlo ni actuar en contra de la vocación. Que no se confunda porque es justamente por vocación que quien es maestro no abandona la tarea sino hace y cumple con su tarea.
Es lamentable que hasta la fecha no haya propuesta de otro juego. Claramente, no otro en el que se juegue por jugar o, sin mayor argumento, se quiera cambiar el juego a razón única y sostenible de no saberlo jugar.
Se persiste en un sistema que obliga a jugar mal. Lo que está vuelta una obstinación porque pese a saberse malo se continúa y amedrenta al jugador si dejara de jugar mal.
Por otro lado, jugar mal parece haber habituado a otros a cierto nivel de aceptación de su mal juego, quienes lejos de sentir remordimiento o culpa por una tarea mal hecha distorsionan la realidad, adoptando una falsa creencia y postura de vanguardistas de la pedagogía por el simple hecho del eco o repitencia sonora al cacarear  vocablos tales como: "neurociencias", "sinapsis", "cualitativo", "rúbricas", "evidencia del desempeño", "estándar", Etc.
Hasta cuándo un profesorado receptivo, pasivo y dominado al punto de no actuar sino preferir esperar se le diga qué hacer. Y, con ésto no a intención de una rebelión sino de avivar la vocación de servicio cual razón de la profesión.
La educación básica escolar demanda la intervención del profesorado en el plan, diseño y construcción del camino a recorrer. Lo que no quiere decir hacer las cosas a espaldas del Estado sino acompañado del mismo. Sin embargo, lo visto es una participación de dizque líderes ocupando cargos de dirigentes, especialistas, asesores, consejeros, directores o ministros (la saliente ministra fue maestra), donde casi todos - sino todos - los que anduvieron o andan por esos lares, olvidan - cual acto de magia - a qué fueron o para qué llegaron.
Del profesorado se espera su autoría de otra propuesta que le permita, no sólo hacer su tarea, sino hacerla bien. Implica no satanizar a la escuela del método tradicional ni endiosar a otras al extremo de desterrar a una e imponer a otra. Por el contrario, deben las teorías ser confrontadas con la realidad - con nuestras distintas realidades - para dejar de hacer lo que pudiera estar haciéndose mal, fortalecer lo que pudiera estar haciéndose bien y hacer lo otro que pudiera hacerse y no se hace.
No se trata de un concurso de "huellas" que pueda dejar el maestro o alguna otra convocatoria concursal igual o parecida. De lo que se trata es de que no se diga que cualquiera enseña, y por lo mismo cualquiera opine, critique, desluzca la profesión y se ponga al mando de los destinos de la educación básica de nuestros niños y adolescentes, sobre todo de las escuelas públicas.
Al Estado debe exigírsele, y no esperar de brazos cruzados, revalide la autonomía de la escuela y la autoridad del maestro, pero siempre que una y otro propongan su alternativa de modelo pedagógico, bajo el entendimiento de que no hay ni escuela ni maestro que haga cosa distinta a no querer educar.
Debe exigírsele que la supuesta apertura y flexibilidad del diseño curricular, en su dizque adaptación a la realidad, se cumpla. A la fecha, no aplica. No te dejan. Sólo cabe en el discurso y, valga la redundancia, no en la realidad.
- ¡Así se hace! y ¡así debe hacerlo! - Es la consigna.
Ya basta de caerle encima a la escuela pública con aquello del acompañamiento pedagógico, ya que no se entrega la autoridad por entregar. Está mal interpretada como el poder de muchos para someter al profesorado bajo el escaso criterio pedagógico de ciertos acompañantes a los que debería pregúntatarsele: ¿quién manda a quién? o ¿quién acompaña a quién?
Desde el gobierno central, y especialmente desde su ministerio y todo lo que lo componga hasta su descentralización estamentaria y funcional deben, no sólo dejar de mirar a las escuelas y su profesorado como enemigos, sino respetarlos, y dejar que otros no  se lo falten.
Es claro que aunque el sistema diga ahora educar para construir nuestros propios pensamientos, en la realidad ocurre que ni se educa ni se deja pensar.
El profesorado tiene la palabra.





martes, 18 de febrero de 2020

¡Sí, juro!

¿Cuánto vale tu palabra?, y cuánto más si juras por Dios, tu patria o tu madrecita.
- ¡Juro que no lo hago más!
- ¡Prometo cumplir!
- ¡Mañana mismo lo devuelvo!
- ¡Mi compromiso es con todos los peruanos!
- Etc.
Se ha permitido llegar a una realidad donde se hace jurar a los políticos o "padres de la patria" en un acto que pasó de lo protocolar al chiste.
Incluso se ha visto, por libertad de credo y religión, que otros juran no por Dios sino por quien es y la patria, e igualmente es un chiste.
Entonces, se jura en vano. No se cree en el juramento. Lo que no quiere decir eliminarlo del protocolo sino empezarnos a preocupar qué viene después.
¿Todo por la plata?, la plata se gana, y se gana con esfuerzo devenido del trabajo. Pero no hay plata ni trabajo, ni juramento que sostenga lo habrá para todos, porque quienes juran - no cruzan los dedos - "hacen contra".
Si la palabra, incluso jurada ante un altar, la bandera, la constitución o por la madrecita, no tiene ningún valor, es porque el hombre, no sólo ha dejado de valorarse a sí mismo, sino a los suyos y a los demás.
Quien dijera: "de pan no sólo vive el hombre", no se refería a la falta del camote, chicharrón, tamal y café para completar el banquete, sino a que somo más que carne y hueso.
"Si sólo la educación salva a los pueblos"; en boca de un gobernante o "padre de la patria" huele feo por la halitosis crónica que no se cura así chupe harto caramelo de menta, se tome el frasco completo de enjuaje bucal o cepille todo el santo día.