martes, 31 de diciembre de 2013

De la honestidad a su degeneración


 

Hasta hace unos días atrás seguía creyendo que existe alguien a quien recurrir o ampararse cuando otros te hacen la vida imposible. Sí, digo la vida imposible para vivirla, ya sea  como ciudadano, trabajador, administrado, propietario, inquilino, cliente… en fin, todo aquel escenario de la realidad en la que nos toca vivir, y en el que debemos actuar.

Desde que actúo en el escenario de la vida he aprendido a enfrentar situaciones problemáticas. No digo que todas sean del tipo problemáticas, pero abundan al extremo de darse por aceptado que “una vida sin problemas, no es vida”. A lo que cabe la reflexión: “vaya manera de tener que vivir”.

En todo cuanto pueda abarcar el sentido de la frase, no puedo negar que… “cuanto más difícil se hace algo por conseguirse, mayor es la satisfacción si ese algo se alcanza”. Sin embargo, no es posible su generalidad a lo que hoy se vive porque si eres honesto son más las veces que debemos enfrentarnos contra quienes te hacen la vida imposible de vivirla con honestidad. Es así, que si conducimos un automóvil respetando las normas de tránsito tenemos que enfrentarnos a la amenaza constante de una posibilidad de chocar, accidentarnos o ser victimados hasta con los peores y más hirientes insultos, y de todo o algo que nos pudiera ocurrir en este caso, tener que ser tratado del mismo modo que quien a toda vista no es honesto o degeneró su honestidad. También, ocurre que si nos toca vivir la de administrados frente a cualquier institución pública, si que nos la hacen imposible al punto de tirar todo por la borda, ser víctimas del abuso de autoridad u optar por corrompernos tratando de coimear. En lo peor del caso, tener que aceptar otra de las frases más comunes en este medio con la que se suele decir que “con honestidad no se saca ni obtiene nada”; entonces, debemos “aceitar” para que nos salgan las cosas como las esperábamos.

Había una regla en ciertos juegos infantiles de antaño por la que se solía decir “cada uno por su pellejo”. Esta regla no sé si se extrajo de la vivencia diaria, pero si sé que hoy en día describe cómo vivimos. Llegamos a ver que hasta en una relación entre hermanos esta regla aplica sin ser ésta parte de un juego entre ellos, sino la vida misma.

Como duele saber que no hay a quien recurrir si queremos seguir siendo honestos. Como duele saber que nada se hace por no permitir la degeneración de la honestidad. Como duele saber que por ser honestos hay que aguantarse hasta quedarse sin un trabajo. Como duele saber que por ser honestos hay que tolerar el agravio de otros. Como duele saber que por ser honestos materialmente podemos no tener nada de nada. Como duele saber que otros piensen o, simplemente, se mantengan indiferentes; haciéndonos creer que todo anda bien en nuestra sociedad. Como duele saber que ahora esté escribiendo estas líneas, y me sea casi imposible publicarlas o profesarlas para la reflexión de las autoridades, la población, mis colegas y estudiantes.

 

 Autor: Edgar Andrés Cuya Morales                                   

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