domingo, 8 de diciembre de 2013

Pésimo día




¡Sí, pésimo día! - Cada mañana despierto, y a modo de aliento levanto los brazos para mencionar mi nombre y declararme un ganador. ¿Por qué decidí hacerlo? - No sé. ¡No, sí sé! Sé que lo hago porque la vida está “dura”, tan dura que te pega a diario, y éste es mi aliciente para que las “cosas” me salgan bien, no tropiece, no discuta, no me enfrente, no me sienta mal, no llore, no reniegue, “no pise el palito”, sepa esperar la llegada de lo bueno o, simplemente, no deje de soñar.

Para nadie es una noticia que “la calle es dura”. Para todos es dura, ¿será? – No. Hay quienes “tienen”, y ocurre que “más tienen”. Hay quienes “tienen”, y ocurre que “más les dan”. Hay quienes “tienen”, y ocurre que “más quieren”. Entonces, tener y querer más, deja a mucha gente sin nada o casi nada de oportunidades, no sólo para ganarse el sustento, sino para hacer lo que se sabe hacer en bien de esta sociedad que se colma acrecentadamente de jóvenes y adultos indiferentes, malvados, agresivos, provocadores, egoístas e irrespetuosos.

Soy docente, y maestro desde antes de poseer un título que dijera que lo era. Vale decir que soy maestro porque así, también, lo dice cada felicitación y agradecimiento contenido en una serie de cartas y diplomas al mérito que me lo han hecho saber. Soy docente, y no he dejado de ser maestro.

Pésimo día… ¡sí, pésimo día! – Cada mañana despierto y no dejo de levantar los brazos, mencionar mi nombre y declararme un ganador. Debo hacerlo porque ni las felicitaciones, ni los agradecimientos y ni “lo usted es un gran profesional” que solieran decirme colegas con quienes laboré, hoy, me da la oportunidad de seguir siendo un maestro.

Pésimo día… ¡sí, pésimo día! – Cada mañana despierto y no dejo de alentarme. Debo hacerlo porque cómo duele saber que ni el triunfo sobre el más exigente proceso de evaluación te asegura la estabilidad laboral. Cómo duele saber que está prohibido pensar distinto. Cómo duele saber que está prohibido plantear una queja. Cómo duele saber que hay ineptos alrededor, pero cuya perversa ambición, te saca de cualquier juego. Concluyo, cómo duele saber que a nadie le interesa, en sí, velar por la educación, el interés radica en ser parte de la propaganda, la publicidad, el cuidar a toda costa “el puesto”, la sobonería o, criollamente hablando, “la patería”, el “cuánto me toca” o “me la llevo toda”; acaso, ¿no es cierto todo lo dicho hasta este momento?                            

Quisiera seguir siendo maestro, pero las oportunidades son cada vez menos. Exactamente, escazas. Más aún, si no soy el jovencito de antes, “el benjamín” como solían decirme un grupo de colegas, de edad mayor, con quien tuve la grata experiencia de trabajar juntos en un colegio y, ser ellos mismos, quienes me propusieran ante la autoridad académica de esa institución como su asesor pedagógico.

Quisiera seguir siendo maestro, pero qué difícil es ser escuchado por quienes no quieren “ver y conocer” a la persona por la propia persona, sino al resultado de un test psicológico de más de una centena de preguntas donde quien astutamente si sabe marcar la mayor situación de nunca haber errado en la vida, resulta la persona “psicológicamente” idónea para el cargo al que aspira. O, como suele ocurrir en muchas ocasiones, cuando un cargo ya tiene “dueño”, pero se cumple con la publicación, fechas de evaluación y demás, para que no se diga lo contrario a que todo fue legal y transparente; mientras, se les hace de “ingenuos” a otros.

Qué más da, Dios no desampara, por eso es que a él agradezco la inspiración y la oportunidad de estar escribiendo estas líneas en una computadora propia conectada a internet, y de despertar cada mañana de un nuevo día para levantar los brazos, gritar mi nombre y declararme un ganador. Sin embargo, aparte de Dios, ¡¿hay alguien, por ahí, que pueda escucharme?!


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