¡Sí, pésimo día! - Cada mañana despierto, y a modo de aliento levanto los brazos para mencionar mi nombre y declararme un ganador. ¿Por qué decidí hacerlo? - No sé. ¡No, sí sé! Sé que lo hago porque la vida está “dura”, tan dura que te pega a diario, y éste es mi aliciente para que las “cosas” me salgan bien, no tropiece, no discuta, no me enfrente, no me sienta mal, no llore, no reniegue, “no pise el palito”, sepa esperar la llegada de lo bueno o, simplemente, no deje de soñar.
Para
nadie es una noticia que “la calle es dura”. Para todos es dura, ¿será? – No.
Hay quienes “tienen”, y ocurre que “más tienen”. Hay quienes “tienen”, y ocurre
que “más les dan”. Hay quienes “tienen”, y ocurre que “más quieren”. Entonces,
tener y querer más, deja a mucha gente sin nada o casi nada de oportunidades,
no sólo para ganarse el sustento, sino para hacer lo que se sabe hacer en bien
de esta sociedad que se colma acrecentadamente de jóvenes y adultos
indiferentes, malvados, agresivos, provocadores, egoístas e irrespetuosos.
Soy
docente, y maestro desde antes de poseer un título que dijera que lo era. Vale
decir que soy maestro porque así, también, lo dice cada felicitación y
agradecimiento contenido en una serie de cartas y diplomas al mérito que me lo
han hecho saber. Soy docente, y no he dejado de ser maestro.
Pésimo
día… ¡sí, pésimo día! – Cada mañana despierto y no dejo de levantar los brazos,
mencionar mi nombre y declararme un ganador. Debo hacerlo porque ni las
felicitaciones, ni los agradecimientos y ni “lo usted es un gran profesional”
que solieran decirme colegas con quienes laboré, hoy, me da la oportunidad de
seguir siendo un maestro.
Pésimo
día… ¡sí, pésimo día! – Cada mañana despierto y no dejo de alentarme. Debo
hacerlo porque cómo duele saber que ni el triunfo sobre el más exigente proceso
de evaluación te asegura la estabilidad laboral. Cómo duele saber que está
prohibido pensar distinto. Cómo duele saber que está prohibido plantear una
queja. Cómo duele saber que hay ineptos alrededor, pero cuya perversa ambición,
te saca de cualquier juego. Concluyo, cómo duele saber que a nadie le interesa,
en sí, velar por la educación, el interés radica en ser parte de la propaganda,
la publicidad, el cuidar a toda costa “el puesto”, la sobonería o, criollamente
hablando, “la patería”, el “cuánto me toca” o “me la llevo toda”; acaso, ¿no es
cierto todo lo dicho hasta este momento?
Quisiera
seguir siendo maestro, pero las oportunidades son cada vez menos. Exactamente,
escazas. Más aún, si no soy el jovencito de antes, “el benjamín” como solían
decirme un grupo de colegas, de edad mayor, con quien tuve la grata experiencia
de trabajar juntos en un colegio y, ser ellos mismos, quienes me propusieran ante
la autoridad académica de esa institución como su asesor pedagógico.
Quisiera
seguir siendo maestro, pero qué difícil es ser escuchado por quienes no quieren
“ver y conocer” a la persona por la propia persona, sino al resultado de un
test psicológico de más de una centena de preguntas donde quien astutamente si
sabe marcar la mayor situación de nunca haber errado en la vida, resulta la
persona “psicológicamente” idónea para el cargo al que aspira. O, como suele
ocurrir en muchas ocasiones, cuando un cargo ya tiene “dueño”, pero se cumple
con la publicación, fechas de evaluación y demás, para que no se diga lo
contrario a que todo fue legal y transparente; mientras, se les hace de
“ingenuos” a otros.
Qué
más da, Dios no desampara, por eso es que a él agradezco la inspiración y la
oportunidad de estar escribiendo estas líneas en una computadora propia
conectada a internet, y de despertar cada mañana de un nuevo día para levantar
los brazos, gritar mi nombre y declararme un ganador. Sin embargo, aparte de
Dios, ¡¿hay alguien, por ahí, que pueda escucharme?!
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